La ultraderecha está desatada en Alemania y un fantasma recorre la Europa que se rearma. AfD lidera las encuestas en Alemania y los de Marine Le Pen lo hacen en Francia. En Reino Unido, hay manifestaciones contra los inmigrantes y Nigel Farage sigue creciendo. En Italia, ya gobierna Giorgia Meloni. En España, crece la expectativa electoral de Vox. E, incluso en Catalunya, crece Aliança Catalana. Y quien vota a estos partidos es gente joven, de entre 18 y 30 años. No es una moda. Es un cambio de paradigma peligroso, y cuando ocurren estas cosas en el mundo, España suele ser un laboratorio.
Lo estamos viendo estos días. El Madrid del "No Pasarán" lidera las protestas en el mundo contra el sátrapa Netanyahu parando toda una Vuelta a España y en la política se ha instalado un lenguaje guerracivilista desde antes del verano, pero que se va amplificando en este otoño inminente. Europa mira de reojo a los años treinta. Y no está de más que recordemos lo que pasó. Que empezó, por cierto, muchos años antes.
En el Teatro Valle Inclán de Madrid se vuelve a representar 1936, con dirección de Andrés Lima y dramaturgia de Albert Boronat. El punto de partida es el verano de 1936. Los Juegos Olímpicos de Berlín se anuncian para el 1 de agosto. Pero la España republicana los boicotea, no sé si os suena, y prevé para el 19 de julio las Olimpiadas Populares en el actual Estadi Olímpic.
La obra debería ser de obligado visionado para todos aquellos que, frívolamente, olvidan las consecuencias de lo ocurrido tras los convulsos años veinte y treinta del siglo pasado
Cuenta la leyenda que Joseph Goebbels decidió que la música oficial de los Juegos, que debían ser toda una propaganda del régimen nazi, como lo debía ser el reciente Mundial de Rusia o el de Qatar, fuera la Novena Sinfonía de Beethoven. El "Himno a la alegría". Pero Pau Casals —comisario cultural de las Olimpiadas Populares de Barcelona— quería impedirlo, y el Himno a la Alegría debía ser cantado en la inauguración en Montjuïc. Ya sabéis que aquellas Olimpiadas Populares nunca se celebraron. Pocos días antes, el general Mola, cursó un telegrama a los militares que se sublevarían contra la Segunda República. Estaba cifrado. Decía: “El pasado día 15, a las cuatro de la mañana, Elena dio a luz a un hermoso niño”. El 18 de julio, a las 5 de la mañana, España entraba en choque. En muchos aspectos, todavía lo sigue estando.
Para un catalán, que tiene un imaginario de la Guerra Civil visto desde Catalunya, la obra tiene un sesgo madrileño. Echo de menos aspectos como la retirada de 500.000 republicanos por el Pirineo catalán, por ejemplo. Y, aunque es lógico que tome partido, se obvian aspectos como la muerte de Andreu Nin a manos de la policía soviética o los fets de maig de 1937. Y se justifica en exceso el asesinato el 13 de julio de José Calvo Sotelo a manos de un pistolero socialista. Pero, subjetividades al margen, y subjetivamente también, la obra genera un extraño escalofrío. El clima creado, principalmente por la derecha, recuerda demasiado a lo que está pasando ahora. Y el contexto europeo recuerda demasiado a lo que está pasando ahora. Y los asesinatos con consecuencias políticas recuerdan demasiado a lo que está pasando ahora. La obra, de cuatro horas, debería ser de obligado visionado para todos aquellos, ya tengan entre 18 y 30 años o tengan la edad que tengan, que, frívolamente, olvidan las consecuencias de lo ocurrido tras los convulsos años veinte y treinta del siglo pasado. En España, en Europa y en el mundo.