Los comicios del pasado domingo han dejado un mapa político y parlamentario sutilmente distinto al de la legislatura más inoperante, a pesar de las crisis confluentes, que se podía imaginar. Los pellizcos de monja y maledicencias a media voz no han parado y eso ha lastrado la legislatura, especialmente el último año.

En efecto, aparte de la enquistada crisis Catalunya-Espanya, que en Madrid todavía ni ven, ni intuyen sus proporciones, se ha sumado la crisis de los presos y exiliados -el mero hecho de su existencia es un ominoso estigma-, la expulsión de Quim Torra de la presidencia de la Generalitat por una aplicación enfermiza de la normativa electoral y la devastadora crisis económica hija de la pandemia que se administra -administrar es un decir- con no pocas dosis de frivolidad.

Este despilfarro de la cosa pública ha traído un sutil cambio del mapa político; más profundo sin embargo, de lo que parece. En el terreno unionista, mal autodenominado constitucionalista -para empezar no saben que vivimos en un régimen parlamentario y no presidencialista- se ha producido un cambio de liderazgo significativo y, si se quiere, más natural. El griterío, la inquina y, por encima de todo, la estulticia política de Ciudadanos lo han llevado a sus últimos estertores y son sustituidos por una estructura de poder más seria como es el PSC-PSOE, teniendo en cuenta que no es la calle Pallars quien manda, sino la calle Ferraz.

El president ya no será una especie de altavoz de Bruselas. Toda la política catalana se decidirá aquí, no desde Waterloo

Con el cambio de liderazgo en el fragmentado universo independentista, que pasa de la amalgama entre posconvergentes y recién llegados bajo el liderazgo del Presidente Puigdemont a Esquerra Republicana, algunas cosas también se moverán. El presidente ya no será una especie de altavoz de Bruselas. Toda la política catalana se decidirá aquí, no desde Waterloo. En buena medida la CUP y los Comunes podrán disfrutar todavía de más determinación que en la legislatura anterior, pues será larga y pesada, como toca en estos tiempos y, por lo tanto, la geometría será muy variable.

La novedad más significativa a primera vista, no tan de fondo a efectos de gobernanza es el derrumbe del españolismo, pretendidamente vestido de constitucionalismo, y la irrupción de la extrema derecha, con, de momento sólo, el hacha al labios, pero con ínfulas de querer barrer cualquier brizna de catalanismo.

VOX no ha nacido de la nada. No es una lluvia divina que se envía para bien o para mal -según cómo se mire- de la buena gente. La extrema derecha viene de largo. Sociológicamente ha estado siempre presente y se rezuma en muchos usos autoritarios y antidemocráticos de partidos que se creen democráticamente abanderados, no digamos en los que biológica y biográficamente conectan con el franquismo, que como sabemos, era hijo da dicha España Eterna.

Lo que sucede es que la extrema derecha, más o menos fascista, ya no vive cobijada en el Partido Popular. Este partido, parque temático de la corrupción en todas sus vertientes conocidas -y las que todavía nos faltan para conocer- ya no da más de sí. En el súmmum del delirio hacen responsable al edificio donde radica su sede central de ser hijo de la corrupción. Delirante. La alternativa caudillista de Rivera tampoco dio resultado. La extrema derecha ha sacado la cabeza y quiere hacer de las suyas sin ser embridada por el sistema, que al fin y al cabo sirve y servirá.

No son, como alguien decía, colonos, sino catalanes que se sienten por encima una forma de ser españoles que los hace incompatibles con la democracia.

Lo extrema derecha, con rasgos comunes en el mundo occidental y con características propias a cada estado, se impulsa por el jarabe que todo lo cuida, que vale para todas las enfermedades: el ultranacionalismo populista. A los complejísimos problemas de las sociedades actuales, qué mejor remedio que soluciones simples y medio etílicas dadas por gentes que no tienen acreditado ninguna otra capacidad que gritar más que el demás. Vaya, política tabernaria.

Los más de 200,000 votos y 11 diputados -parece que en algunos no les gusta manifestarlo- están aquí, viven aquí, nadie los ha importado. Cierto incremento del voto de extrema derecha en mesas de los distritos electorales donde residen colecciones de funcionarios españoles no justifica que VOX sea el cuarto partido en el Parlamento y se haya zampado a la derecha españolista tradicional. No son, como alguien decía, colonos, sino, en la definición pujolista, catalanes que se sienten por encima una forma de ser españoles que los hace incompatibles con la democracia. Como no dejan de ser franceses los de Le Pen o alemanes los alemano-alternativos. Las cosas que no gustan no se combaten cambiándoles el nombre.

De momento, la influencia política de la extrema derecha en Catalunya será nula. En España ya han salvado en el gobierno de colación con una votación favorable. Poca broma.

Consecuencia: se habla de cinturón sanitario. ¿Pero qué es un cinturón sanitario? ¿No hablarles, ni siquiera saludarlos? Un cinturón sanitario no es proclamar que no se quieren -ni se piden- sus votos, pero que si votan, qué le vamos a hacer, se aceptarán. Aparte de lucir con argumentos y retórica más inteligente que los suyos, sin salir atemorizados y denunciando sus cafredades y clamorosos agujeros profesionales y morales, hacer un cordón sanitario es lo que hizo Angela Merkel en Turingia en enero del año pasado.

Lo extrema derecha, ganadora de los comicios regionales, votó al candidato de la coalición de demócratas cristianos y de liberales. Tan pronto como la Canciller tomó conciencia, se hizo revocar a los suyos la decisión del Parlamento de Erfurt. Después de intensas negociaciones salió reelegido como Primer Ministro del land, el izquierdista Bodo Ramelow, aunque de manera interina, durante 13 meses, de acuerdo a pactos partidarios, e ir a nuevas elecciones.

Eso es un cordón sanitario. A costa de los propios intereses de partido a corto término. A costa de que sea un candidato contrario al planteamientos de quien cede. Eso, antes de entregar el poder a la extrema derecha, por muy relativamente mayoritaria que sea.

Eso sí es un cordón sanitario. No pura retórica tan vacía como egoísta.