Hoy estamos de aniversario, un aniversario que no parece ―pero lo es― bueno, tanto por lo que pasó el 1 de octubre que se conmemora, el del 2017, como por todo lo que ha pasado antes y después de él, y especialmente estos últimos días. No hace tanto que abríamos y cerrábamos días diciendo que habían sido históricos, la mayoría de ellos los tengo mezclados en la cabeza, pero del 1 de octubre, el 2 de octubre y del 3 de octubre del 2017 no me olvido; no porque quiera, porque no puedo.

Recuerdo levantarme de madrugada, alerta desde el primer segundo a pesar de no haber prácticamente dormido, y ver a los vecinos salir de casa. Recuerdo llegar a Carrencà ―donde teníamos que votar―, encontrar familia, amigos y vecinos y mucha otra gente. Recuerdo la espera agradable, nerviosa pero no tensa, muy distendida e ilusionante, hacerse claro para empezar la jornada, la llegada puntual de las urnas, entre aplausos y una inmensa alegría, y la cola ordenada para poder ejercer el voto.

Cuando llegaron las primeras imágenes de las cargas policiales contra la ciudadanía, nos entró en los huesos el frío de la llovizna que caía y la espera tirante de cuando nos tocaría a nosotros se hizo larga, pero nos mostró también lo determinados que estábamos a seguir adelante. No sólo nadie se movió, ni abuelas ni jóvenes, sino que vino más gente. También más gente a votar que no; ciudadanas y ciudadanos que hasta el momento pensaban que aquello no iba con ellas y ellos. Es una lástima que los favores te los hagan a golpes.

El terrorismo secesionista catalán es eso: votar y no moverse del lugar cuando llueven hostias, reivindicar y reivindicar y no dejar de hacerlo. Siempre de manera pacífica y siempre de acuerdo con la Declaración Universal de los Derechos Humanos

Un buen día, a pesar de los golpes. Porque votamos, pacíficamente pero no en paz; porque salió el , pero igualmente un buen día si hubiera salido el no. El terrorismo secesionista catalán es eso: votar y no moverse del lugar cuando llueven hostias, reivindicar y reivindicar y no dejar de hacerlo. Siempre de manera pacífica y siempre de acuerdo con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Una y otra vez, tantas como sea necesario. Sólo faltaría que dejáramos de hacerlo, y claro que lo volveremos a hacer, si no, estamos muertos. Morimos como movimiento, pero no sólo, morimos como ciudadanía; porque una ciudadanía que no es activa, que no defiende sus derechos, deja de ser ciudadanía para pasar al vasallaje, a la anonadación. No se puede ser ciudadano o ciudadana sin la independencia de pensamiento, de criterio y de acción.

No sabéis el miedo que da, lo que duele, a todo tipo de dirigentes, también a los partidos, a los sindicatos, a cualquiera de las organizaciones que ordenan nuestra vida política que no seamos corderos, que decidamos. Recordad las palabras de Eva Granados, diciendo que no es la ciudadanía quien tiene que dirimir una cuestión tan importante como la autodeterminación. De hecho, esta no es más que la derivada coherente de un socialismo que abraza con entusiasmo y rendición absoluta una monarquía; además, impuesta por un dictador. Impagable Pedro Sánchez diciendo que los valores de la II República se han recuperado con la monarquía parlamentaria.

La necesidad de hacernos pasar por terroristas no es gratuita, porque la rebelión, e incluso la secesión, sonaba demasiado antiguo, de otros regímenes, poco compatible con la democracia, pero el terrorismo da miedo a todo el mundo y se considera una amenaza muy real. Qué más da que se tenga que redefinir el término en el diccionario español, ya nos dijo un ministro de Interior que las cosas se afinan.