Lancia atraviesa una de las etapas más críticas de su historia reciente. El relanzamiento del Ypsilon, modelo con el que se pretendía reactivar comercialmente la marca dentro del grupo Stellantis, no está obteniendo los resultados esperados. Las cifras de ventas son tan bajas que han quedado incluso por detrás de las registradas por fabricantes de nicho como Ferrari. Esta situación plantea interrogantes de fondo sobre la continuidad de la marca, que parece no haber logrado conectar ni con el mercado ni con su propia identidad actual.

El nuevo Ypsilon nació con el objetivo de modernizar una fórmula que durante años sostuvo a Lancia en el mercado italiano. Ahora fabricado en Zaragoza y basado en la misma plataforma técnica que modelos como el Peugeot 208 o el Opel Corsa, se ofrece en versiones con hibridación ligera y una alternativa completamente eléctrica. A pesar de ello, la acogida está siendo tibia. Ni el rediseño, ni la electrificación parcial, ni su vinculación emocional con la historia de la marca han conseguido activar la demanda.

 

En paralelo, la estrategia comercial no ha logrado posicionar al Ypsilon como un producto diferenciado. El modelo intenta conjugar una estética cuidada y ciertos detalles de diseño con precios que lo sitúan por encima de otros urbanos generalistas, pero sin el soporte de una red comercial sólida ni una percepción de valor añadido clara. Lancia ha pasado en pocos años de ser una firma reconocida a contar con una presencia prácticamente residual fuera de Italia, y esa falta de visibilidad ahora se traduce en escasa confianza del cliente.

Un producto sin tracción en un mercado saturado

Llama especialmente la atención el contraste entre la ambición del proyecto y el resultado tangible. El nuevo Ypsilon incorpora soluciones ya amortizadas dentro del grupo, lo que permite contener costes, pero esa lógica de eficiencia no siempre se traduce en interés por parte del comprador. A nivel técnico, se queda corto frente a propuestas rivales más asentadas, tanto en autonomía en su versión eléctrica como en prestaciones y equipamiento.

Por otro lado, el intento de reposicionar la marca en una franja más “premium generalista” no termina de cuajar. El usuario que busca diseño, refinamiento o cierto aire exclusivo en un coche urbano suele optar por marcas con mayor reconocimiento internacional o por modelos con una diferenciación tecnológica más marcada. En este contexto, el Ypsilon parece quedarse a medio camino, sin un atributo suficientemente fuerte que justifique su elección frente a competidores consolidados.

El riesgo para Lancia es evidente. Si las ventas no repuntan, el modelo podría ser interpretado internamente como un fracaso estratégico, lo que pondría en cuestión futuras inversiones. La marca, que en el pasado fue sinónimo de innovación y elegancia, corre el riesgo de convertirse en un experimento fallido dentro de la estructura de Stellantis. En su intento por renacer, Lancia ha apostado por una fórmula que no ha conseguido todavía ni identidad clara ni tracción real en el mercado.