La noticia que el catalán ha perdido 300.000 hablantes habituales en la última década me ha hecho pensar en un artículo de Mascha Gessen que leí hace cosa de un mes en una revista americana. El artículo explicaba que los políticos y los periodistas del régimen de Putin se están cargando, a base de extender mentiras y de deformar el lenguaje, la vitalidad de la lengua rusa, que ya había salido tocada de la dictadura soviética.

En su artículo, Gessen aseguraba que escribir en ruso se ha convertido en una actividad comparable a pasearse "por un campo de minas". La inteligencia, según ella, tendría que sobrevivir en un espacio público contaminado por la propaganda. Pensar sería como respirar aire con monóxido de carbono porque las mentiras van vaciando las palabras del contenido que sirve para describir la realidad.

Gessen explicaba que, en los años noventa, con el ruso destruido por los años de dictadura, los periodistas y los escritores trataron de limitarse a los hechos. Eso creó discursos superficiales, que dejaban de lado la intuición y los sentimientos y solo tenían en cuenta las cosas que se podían ver. Este materialismo de urgencia creó un pensamiento demasiado débil para combatir la propaganda de Putin.

Ya entiendo que el catalán tiene menos instrumentos de protección que el ruso, pero los paralelismos con la situación de aquí son fáciles de establecer. Es verdad que la inmersión lingüística se ha aplicado de la manera más hipócrita posible, y que no hay ningún bilingüismo que sea neutral. Aun así, no vamos a sacar nada de seguir defendiendo el catalán como si todavía estuviéramos en la época de Mercè Rodoreda.

Cuando el idioma del país solo sufría la presión del español, y la lengua del Estado estaba marcada por la pobreza y por la dictadura, apelar a la fidelidad lingüística como hacía Galves en su último artículo tenía un cierto sentido. Las atrocidades del siglo XX permitían presentar el catalán como un idioma de hombres libres, que habían sobrevivido, contra todo pronóstico, a una de las épocas más negras de la historia. Ahora habría que cambiar de táctica.

El catalán no desaparecerá porque lo hable más o menos gente, o porque se le dediquen más o menos recursos. Evidentemente la demografía influye y también influye el dinero. Pero el catalán está en peligro porque, en plena democracia, sus hablantes han aceptado la mentira y las medias verdades como moneda de uso corriente. Son los catalanes que degradan su lengua estirando el significado de las palabras como chicles hasta que ya no significan nada.

El proceso de degradación empieza en la política pero se filtra en toda la sociedad sin mucha resistencia. Las formas políticas de un país no dejan de ser la expresión de la manera como sus habitantes entienden la vida y las relaciones humanas. Son los catalanes que han convertido la lengua en un idioma autojustificativo, de gente que obedece a formas externas para tener la ilusión que ostenta un cierto poder o que controla su destino.

Ortega y Gasset explicó muy bien que la vida de las personas se puede analizar a través de dos posiciones, la posición de los que luchan por cumplir su vocación y la de los que luchan por reprimirla hasta adaptarla a su entorno. Con los países y las sociedades pasa lo mismo, o luchan por hacer valer su espíritu o luchan por reprimirlo bajo una capa gruesa de mentiras. Por eso el poeta dijo que una lengua es un dialecto con ejército, porque la lucha por la vida debe reflejarse en ella con toda su profundidad y fuerza. 

Si queremos que el catalán sobreviva a la globalización, lo primero que hace falta es que sus hablantes se comprometan con la verdad, ya no tendremos bastante con voluntarismo y subvenciones. La realidad solo se puede entender a través de los significados compartidos que da el lenguaje. Mentir destruye el lenguaje, validar mentiras con respuestas ambiguas y falsamente educadas destruye el lenguaje. Utilizar las palabras para tapar mentiras destruye el lenguaje y la vida que se asocia a él.

Cuando vacías el lenguaje de contenido para suavizarlo o para manipularlo a tu gusto al final las cosas que pasan no pueden ser descritas y quedas a su merced; por ejemplo, a merced de la democracia española.