Como era de prever, el manifiesto del grupo Koiné ha generado una larga retahíla de artículos malvados sobre la llamada convivencia. El clima que el PP y Ciudadanos intentan imponer desde hace años para evitar la celebración de un referéndum de autodeterminación va ampliando sus adeptos entre la gente guapa. Este domingo incluso el periodista Carles Francino hacía buenas las tesis del ministro del Interior en funciones, Fernández Díaz, en un artículo en El Periódico titulado "¿Una mierda de país?". 

Cualquiera que haya leído la prensa de los primeros años del pujolismo, o de los tiempos del pacto de Lizarra, tendrá presente qué función juega la idea de la convivencia en el discurso político español. Para las generaciones nacidas antes de la muerte de Franco, la violencia del Estado es una cosa tan natural que se da por descontada. Francino aseguraba en su artículo que no tiene memoria de una situación de tensión tan grande en Catalunya como la actual. La gracia es que nació en 1958, un año después de la huelga de Tranvias. Leyéndolo pensé en Jordi Amat y eso que dice de que los años sesenta fueron un momento dulce para el catalanismo.

Yo, que soy de la misma generación que Amat (1978), recuerdo situaciones de crispación en la Catalunya de los ochenta bastante más duras que la actual. Me parece que si Pujol quedó atrapado en el miedo a romper el país, o si el Pacto de Lizarra fracasó, es porque en aquel momento la memoria de la violencia era reciente y los discursos de la prensa sobre la convivencia y el totalitarismo acojonaban a los votantes. Y no sólo por los recuerdos que despertaban, sino también por la amenaza implícita que contenían por parte del Estado.

La regeneración de España vuelve a estar en manos de Catalunya

Ahora, el problema es otro. Ahora el problema es que buena parte de la generación de políticos y de intelectuales que deberían de contribuir a actualizar el debate político español han renunciado a su experiencia vital y han comprado los miedos y los discursos de sus padres y abuelos a cambio de un cargo o de una buena posición. La noticia más importante de estos años de victorias electorales del independentismo es que la regeneración de España vuelve a estar otra vez en manos de Catalunya. 40 años después de la muerte de Franco los partidarios de la unidad española continúan enganchados a los mismos prejuicios de la guerra fría y la Transición –¡olé!–.

Lo hemos visto con el fracaso de Pedro Sánchez, que habría podido hacer limpieza y catapultar al poder una generación de políticos jóvenes sólo con pactar en Catalunya lo que Cameron pactó en Escocia. Lo hemos visto con los dirigentes junior del PP, que prefirieron colgarse medallas denunciando la corrupción –el otro gran trauma de la dictadura– que elaborar discursos sobre Catalunya un poco matizados por la experiencia. El resultado ha sido que Soraya les ha devuelto la pelotita y que Rajoy ha quedado debilitado por la dimisión del ministro Soria. Después dirán que la estrategia de su partido con el Estatut fue un error. 

Hace unos años, algunas jóvenes promesas del PSC, como Collboni, Lucena, Rocío Sampere y Laia Bonet, también vieron joderse su brillante carrera por jugar con discursos estéticos y no ir al fondo de la cuestión con el tema catalán. El referéndum es y será una máquina de triturar talento en toda España hasta que no haya algún partido que lo encare con honestidad. Cuando veo a Xavier Domènech defendiendo el derecho a decidir no puedo hacer otra cosa que reirme. Si Pasqual Maragall se atragantó intentando aprovechar las migajas que le había dejado Pujol, ahora Domènech trata de sacar rendimiento de las ruinas de Artur Mas. No hace falta recordar cómo ha acabado el PSC y qué final tuvo el líder más carismático que han tenido los socialistas.

Si Catalunya espera el permiso del Estado, España se romperá como en la República

Yo me alegro de que Francino tenga una vida feliz en Madrid. El hecho de que lo remarque en el artículo de El Periódico me recuerda que no es el único catalán que, después de quedarse a vivir en la capital, encuentra el ambiente de Barcelona irrespirable. El ambiente en Barcelona es bastante fastidioso, pero no es culpa de los catalanes. En el 2012 Catalunya votó masivamente a favor de la celebración de un referéndum de autodeterminación –repasad los discursos de aquella campaña electoral–. Estos días, cuando el PP recordaba que es el partido más votado, pensaba que la demagogia es un bumerán que siempre vuelve. 

Si el fracaso del Estatuto despertó el independentismo, la constatación de que los partidos españoles están atrapados en un relato histórico pervertido por más de cuatro siglos es posible que impulse un discurso más directo sobre la autodeterminación. Ahora que la corrupción ha salpicado a todo el mundo, las metáforas que identifican al independentismo con el nazismo tienen un momento brillante en la prensa. Ya sabemos que Arcadi Espada y sus imitadores necesitarían ser víctimas de una barbarie peor que la franquista para sentirse libres de culpa y de complejos. Pero España no se puede permitir seguir lavándose las manos con la sangre de los otros, tanto da si se trata de la sangre de ETA, la de Venezuela o la de las élites catalanas que se arrodillaron ante la dictadura. 

La aparición de Otegi en la carrera electoral dará para más metáforas vulgares, de enteradillo gilipollas, pero no cambiará nada. De hecho, si ERC abandonara el discurso del proceso constituyente y se presentara a las próximas generales con la promesa de un referéndum unilateral, seguramente quedaría primera fuerza y obligaría a CDC a refundarse como Dios manda. Si los partidos catalanes esperan a que el Estado autorice un referéndum, España se dividirá como en tiempo de la República y nos hundiremos todos en el barco. Si ERC coge el discurso de Podemos y de Izquierda Unida y lo multiplica dándole una base de realidad, las metáforas sobre ETA y los nazis que han articulado el discurso españolista se desharán como un azucarillo. 

Imaginaos a Rufián en un debate defendiendo la necesidad de celebrar el referéndum de autodeterminación que los partidos españoles no están preparados para negociar. Domènech perdería el aire de hombre razonable y bueno que se quiere dar y los candidatos del resto de partidos, por jóvenes que sean, parecerían contratados por la policía. Si yo fuera un político de Madrid por si acaso haría todo lo posible para evitar unas nuevas elecciones.