El 2026 arranca con Ucrania ubicada en el centro de las conversaciones internacionales sobre la paz, pero con incertidumbre sobre si el objetivo de poner fin a la guerra con Rusia se convertirá en una realidad tangible. Después de años de conflicto –el próximo mes de febrero ya hará 4 años–, una propuesta de paz se empezó a cocinar en ámbitos diplomáticos con la implicación directa de los enviados personales de la Casa Blanca y del Kremlin, pero el avance hacia una solución sostenible continúa estancado.
La iniciativa impulsada por el gobierno de Donald Trump se ha caracterizado por una aproximación que pone el énfasis en los intereses económicos y negocios más que en la resolución de agravios históricos o cuestiones de justicia y seguridad fundamentales para ambas partes. Esta estrategia, más propia de una mentalidad comercial que de la diplomacia tradicional, busca incentivos que generen réditos inmediatos con la promesa de un alto el fuego, pero ha sido criticada por no abordar los puntos clave del conflicto. Además, algunos observadores señalan que el papel de Trump ha beneficiado económicamente a sus propios círculos cercanos, pero no ha conseguido resultados claros en términos de acuerdo de paz sustancial.
Putin, el hombre que no busca la paz
Uno de los problemas principales para la negociación es la posición del presidente ruso Vladímir Putin. Aunque la economía rusa afronta tensiones crecientes, con inflación persistente, desequilibrios y presiones derivadas del gasto militar, muchos analistas coinciden en que estas dificultades no son suficientes para forzar a Putin a la mesa de negociación y que Moscú puede sostener el esfuerzo bélico durante varios años más si es necesario.
Las sanciones occidentales, a pesar del objetivo de golpear el corazón energético de Rusia y mermar sus ingresos, no han alterado de manera decisiva los cálculos del Kremlin, que aún exporta petróleo a precios razonables y dispone de suficientes ingresos para continuar el conflicto. Históricamente, Rusia solo ha aceptado acuerdos de paz desfavorables en contextos de crisis económica profunda –un hecho que no se ha producido todavía–, y esta situación explica en parte la ausencia de movimiento firme por parte de Moscú.
Además, Putin ha expresado reiteradamente que no cederá en cuestiones como sus líneas rojas territoriales o las condiciones de seguridad que considera esenciales. El Kremlin ha descartado asumir concesiones significativas en las zonas ocupadas y ha condicionado cualquier negociación a términos que aseguren “tranquilidad” para Rusia y el rechazo a la expansión de la OTAN, posiciones que distan mucho de las exigencias de Kiev y de sus aliados occidentales.
Las peticiones claras de Zelenski
El presidente ucraniano Volodímir Zelenski se ha mostrado abierto a negociar, pero en circunstancias muy concretas y, según algunas declaraciones, no contempla una negociación directa con Putin, afirmando que a menudo la comunicación no se traduce en nada concreto y comparándolo a “jugar al ping-pong”.
Por otro lado, las conversaciones lideradas por Estados Unidos han generado un plan de paz supuestamente trazado con Rusia. Este borrador, a pesar de centrarse en intensificar la vía diplomática, ha generado malestar dentro del entorno ucraniano por haberse gestado “a espaldas” de Kyiv, según fuentes oficiales. Un hecho que ha acabado provocando que Ucrania genere también un plan con EE.UU.
Mientras tanto, las hostilidades sobre el terreno no se han detenido: ofensivas y ataques contra infraestructuras energéticas continúan afectando a civiles, especialmente durante el invierno, complicando aún más el clima para cualquier acuerdo. A medida que prosiguen las negociaciones en foros internacionales, la guerra continúa viva, y la diplomacia se enfrenta a un reto doble: encontrar un compromiso aceptable para todas las partes y evitar que los intereses económicos eclipsen los intereses humanos y políticos que han alimentado el conflicto desde 2022.
