El príncipe Harry y su esposa Meghan ya no se harán llamar alteza real, renunciarán al Fondo Soberano que les otorga el Parlamento británico y devolverán cerca de tres millones de euros de los contribuyentes, empleados en la reforma de Frogmore Cottage, su residencia cerca del castillo de Windsor. A cambio, quedan liberados de la mayoría de sus obligaciones como miembros de la familia real, pueden vivir fuera del Reino Unido y se les permite ganar dinero en el sector privado.

Este es el acuerdo anunciado ayer por la corona británica, que deja a Sus Altezas Reales en simple pareja Harry y Meghan, personas reales a tiempo parcial. En señal de lo que venía, la banda de música de la Guardia Escocesa del palacio real interpretó en la función de ayer su versión de Get Lucky (Ten suerte), el hit de Daft Punk y Pharrell Williams, e It's Not Unusual (No es extraño), temazo sesentero de Tom Jones, el Tigre de Gales. Habría sido formidable que la Reina hubiera ordenado añadir Modern Love, de David Bowie ("No creo en el amor moderno"). Otro día será.

Es sensacional. Ni a los guionistas de The Crown se les ocurriría un capítulo con ese argumento, menos aun con tal banda sonora.

Es una desgracia que los diarios de Madrid y Barcelona lo jueguen poco y con tan poca intención en las portadas. Tanto alabar la reinvención que Helena Bonham-Carter hace de la princesa Margarita en la serie de Netflix y no le ven la sustancia en la vita vissuta de Meghan y Harry. Será que no creen en el amor moderno, como Bowie.

El Periódico, La Razón y El Mundo dejan el asunto en un rinconcito, pero se les ve el afán de menoscabar a la real pareja, además de que se equivocan a diestro y siniestro: ni los "excluyen" ni tienen que "devolver tres millones". Seguramente es la distancia, que es el olvido, etcétera, o las pocas ganas de que el caso se traslade a España. Sería una idea.

Lástima. La historia es genial. Representa el típico cuento de hadas al revés. En las narraciones clásicas, el príncipe rescata a la plebeya con un beso, un hecho de armas o una decisión inesperada. En este caso de la vida real, es la burguesa quien se lleva a su casa al más noble entre los nobles para construir su futuro familiar lejos de las obligaciones dinásticas, como una pareja cualquiera de vecinos —de celebridades, en este caso. Es la historia de una emancipación, nada que encaje en los patrones mentales en los que ¡Hola! ha amoldado la información sobre la realeza y que los diarios han copiado y degradado.

Meghan Markle ha decidido alejarse de su papel público en lugar de tragarse el envilecimiento que le suponía, explica Zoe Williams en The Guardian. Así acaba con el pretexto del interés público que justifica publicar sus interioridades. También revienta la relación de los medios de comunicación con los miembros de la casa real, rehenes de su propia respetabilidad. Meghan ha dicho que no, que basta.

A los diarios quizás les duele digerir que ella —una mujer recluida en Vancouver, Canadá, desde que fue madre en mayo pasado— no ejerza de Lady Di. Al contrario, la ha vengado al lado de su hijo. Quizás les escuece que Meghan haya derrotado a los tabloides ingleses marchándose de la vida pública en lugar de aceptar educadamente las mierdas racistas y de todo tipo que le arrojaban con la excusa de que era una persona pública pagada con fondos oficiales, alguien de quien los contribuyentes tienen derecho a conocer su vida del derecho y del revés. Se acabó lo que se daba.

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