El Periódico dice en portada que el mundo se la juega el martes que viene en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. El País también abre con un título contundente: la segunda ola de la pandemia pilla cansada a toda Europa. Hay días que son para hacer estas portadas punzantes y estos titulares puntiagudos. A algunos puede parecerles poesía dominical y falta de, digamos, virilidad informativa. Nah. No sólo porque viene bien recordar que la vida es dura, que te da sorpresas, como a Pedro Navaja, sino también que puedes enfrentarla y domarla con tus decisiones personales y nuestras decisiones como comunidad, que afectan a todo el mundo.

Alguien dijo que en las elecciones de los EE.UU. deberíamos votar todos. Es lo que viene a decir El Periódico y otras portadas: sufriremos las consecuencias y no habremos sido responsables. La realidad, sin embargo, es cruda: estamos en manos de los votantes de algunos condados de seis estados: Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Carolina del Norte, Arizona y, sobre todo, Florida. Y el martes sólo es el principio. Barack Obama decía ayer en un mitin en Michigan que "un presidente por sí solo no puede eliminar todos los sesgos racistas de nuestro sistema judicial y penal. Por el hecho de que me eligierais a mí, los Estados Unidos no se han convertido en un país postracial". Pues eso. Quien llegue detrás de Trump —este año o el 2024— necesitará mucha energía y sumar muchos aliados por todo el mundo para deshacer los entuertos de estos cuatro años pasados.

Superar el enfrentamiento

Joe Biden, el candidato demócrata, se presenta con un programa titulado Build Back Better (Reconstruir Mejor), que evoca el New Deal, el plan de reconstrucción de Franklin D. Roosevelt (1932-1945) para superar la Gran Depresión. Lo recorre la idea de que una crisis tan profunda exige una respuesta generosa y un fuerte Estado benefactor. Todo eso está muy bien. Seguramente, sin embargo, el problema más grueso de los EE.UU. no es técnico o de competencia. Es más de fondo: la polarización, el enfrentamiento de punta a punta de la sociedad. Hoy, incluso llevar puesta la mascarilla es una decisión que te alinea con una facción y te enemista con la otra.

Claro que la confrontación no la ha inventado Trump. Pero vive y abusa de ella como nadie nunca antes. Se ha negado a ser el presidente de todos, aunque la mayoría no le votó. Ha vulnerado como ningún otro presidente los valores, principios y prácticas que han hecho de los Estados Unidos refugio para su gente y guía para el resto del mundo. Tiranos y autócratas —los Putin, Erdogan, Orbán...— viven más tranquilos porque no sienten el aliento de los EE.UU. en el cogote ni tienen ningún incentivo. También saben que gobernar por la mentira (o "realidad alternativa") funciona. Se lo ha enseñado el mismo Trump, capaz de poner en duda la integridad de las elecciones sólo porque cree que eso le ayuda a ganar, ciego ante el hecho de que socava la democracia que ha jurado defender.

El riesgo de la política identitaria

Para Roosevelt era primordial garantizar los mismos derechos y la misma protección social a todo el mundo, ha recordado Mark Lilla, un historiador de las ideas, profesor en la Universidad de Columbia (Nueva York). A Lilla, un hombre progresista, le alarma que la política identitaria esté tan presente en el programa demócrata, porque no ayudará a curar la división. Sobre todo si los quienes se sienten excluidos son los mismos que ya se sintieron así en la presidencia de Obama y abrazaron a Trump. Difícilmente se recuperará la concordia en el país si el gobierno que viene protege mejor a unos grupos sociales que a otros, también respecto a ideas y valores.

Los norteamericanos, en general prácticos y optimistas, a menudo sobreestiman la influencia que tienen en el mundo. Un presidente solo no puede transformar el sistema penal, como el solo poder militar de los EE.UU. no puede transformar otros países —piensa en Afganistán o Iraq. Los ideales norteamericanos, sin embargo, sí sirven de ejemplo en otras democracias y para los que viven en estados que les persiguen. Trump, al decir que los ideales son cosa de perdedores, dice a los autoritarios, a los populistas, a los intolerantes, que los principios norteamericanos sobre la el autogobierno y la libertad no son más que retórica cínica para disimular un ejercicio torcido del poder.

Es verdad lo que dice la portada de El Periódico, a la que hoy acompañan las de La Vanguardia, Ara, El País y El Mundo. El mundo les mira.

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