Rusia produce huevos de sobra. Tantos, que oficialmente supera en un 20% las necesidades del país. Sobre el papel, esto debería ser una magnífica noticia: exceso de producto, precios bajos, estabilidad para los consumidores. Pero, como pasa a menudo en la economía rusa, detrás del dato brillante hay una historia oscura de descoordinación, regulación incompetente y un mercado que chirría por los cuatro costados.

Los avicultores llevan meses vendiendo por debajo del coste, con precios hasta un 25% más bajos que hace diez años, solo para evitar sacrificar gallinas en masa. Muchos, sin embargo, ya han empezado a hacerlo. Cuando se analizan las cifras, aparece el primer misterio: el número de gallinas ponedoras solo ha aumentado un 0,9% este año, mientras que la producción ha crecido un 6,3%. ¿Cómo puede, pues, existir un excedente del 20%? La respuesta no es una conspiración: es pura biología. En invierno, aunque los gallineros sean climatizados y con luz artificial, las gallinas ponen menos huevos. E históricamente, esto hace subir los precios.

Salarios bajos y una inflación persistente

Normalmente, la demanda de huevos se mantiene estable durante todo el año, con el único pico previsible antes de Pascua, cuando la tradición ortodoxa multiplica su consumo. Pero la situación cambió el año pasado, cuando la carne de ternera, los lácteos y el pollo subieron de precio al mismo tiempo. Todos estos productos tienen algo en común: son fuentes de proteína. Con los salarios bajos y una inflación persistente, las familias más vulnerables empezaron a sustituir la carne por huevos. De repente, un producto barato y estable se convierte en refugio alimentario, destaca el The Moscow Times.

Este incremento inesperado de demanda, sumado a la caída estacional de la producción, podría explicar un cierto repunte de precios. Pero no el fuerte encarecimiento registrado. La clave está en la conducta de las grandes avícolas, un sector dominado por conglomerados casi por monopolio. A principios del año pasado, la rentabilidad del negocio subió hasta el 53,6%, una cifra escandalosa en un sector que habitualmente se mueve alrededor del 10 o 15%. Con márgenes así, los precios crecieron porque podían crecer. Y el Estado, que debería moderar el mercado, no hizo nada hasta demasiado tarde.

¿Es autosuficiente Rusia?

El episodio de los huevos es solo un síntoma de un problema mayor. Tal como destaca el mismo rotativo, la agricultura rusa está atrapada en un modelo que proclama la autosuficiencia, pero que estrangula, a la vez, a los agricultores. El caso del girasol es un ejemplo de manual: un verano extremadamente seco ha reducido la cosecha hasta un tercio en las zonas productoras, y hasta la mitad en Rostov. Pero la raíz del desastre no es el clima: son las restricciones cada vez más estrictas para importar semillas de alta calidad. Las semillas rusas son menos productivas y, a pesar de ello, el gobierno insiste en limitar las alternativas. El resultado será inevitable: aumento del precio del aceite de girasol.

Otro cultivo olvidado es el centeno, básico de la tradición alimentaria rusa. Se planta diez veces menos que en los noventa, los precios han subido y los agricultores no ven futuro: rinde menos que el trigo o el maíz y tiene menos salidas comerciales. El pan de centeno se convierte en un producto de nicho, mientras el Estado descuida una posible campaña cultural que revitalizara su consumo.

Todo ello pone en evidencia una paradoja rusa: el gobierno interviene mucho, pero interviene mal. Habla de sustituir importaciones, pero no da herramientas para que la industria sea competitiva. Impide que los pequeños productores equilibren el mercado, pero permite que los grandes actores concentren poder y margen.

La conclusión es irónica, insiste el The Moscow Times: a pesar de décadas de retórica soberanista, Rusia importa hoy más alimentos que nunca. Entre enero y julio de 2025, las importaciones agroalimentarias crecieron un 15% y superaron las exportaciones en 3.800 millones de dólares. El sistema se ha ahogado en sus propias normas. Y mientras el presidente ruso, Vladímir Putin, habla de autarquía, los precios continúan subiendo y los agricultores continúan sufriendo.