Kursk es una palabra que no le será ajena a cualquier persona que tenga nociones de geografía, de historia o que haya seguido mínimamente la guerra de Ucrania. La palabra da nombre a una ciudad de unos 400.000 habitantes que es capital de la región (óblast) homónima de Kursk, situada en la parte central occidental de Rusia, a unos 530 kilómetros en el suroeste de Moscú, cerca de la frontera con Ucrania y en la ruta que une la capital rusa con Járkov y Crimea. En el contexto geopolítico reciente, la región de Kursk ha sido estratégica a causa de su proximidad con Ucrania, siendo escenario de tensiones y conflictos a causa de la invasión rusa de 2022. Pero aquel que tenga cierta edad, sabrá que Kursk es también el nombre del submarino nuclear ruso K-141 que se hundió el 12 de agosto del 2000 en el mar de Barents, a causa de una explosión catastrófica durante un ejercicio naval, dónde murieron 118 marineros. Ya han pasado 25 años de la tragedia del Kursk, una de las peores catástrofes de la historia de Rusia, y con la perspectiva de que da el tiempo, Kursk, es una palabra que simboliza la evolución que han experimentado las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia en este cuarto de siglo, desde que tocaron fondo con el hundimiento submarino hasta tener la capacidad de afrontar la guerra de Ucrania y desafiar Occidente.

El Kursk del presente en Ucrania

En febrero de 2022, Rusia lanzó una operación militar masiva con ataques en múltiples frentes dentro de Ucrania, buscando un control rápido del país. Pero Ucrania resistió y el conflicto continuó con ataques aéreos masivos, uso extensivo de drones kamikazes por Rusia y contraofensivas ucranianas que incluso penetraron zonas internas del país como la región de Kursk. De hecho, la incursión militar que lanzó Ucrania en agosto del 2024 penetrando en el óblast ruso y tomando el control de 1.300 km² de territorio enemigo por primera vez a gran escala, sorprendió el mundo y marcó un cambio estratégico en el conflicto. Putin estableció como una prioridad recuperar su territorio y las tropas rusas detuvieron el avance ucraniano y tomaron el control entre marzo y abril del 2025. Para los expertos, la sorprendente incursión ucraniana en Kursk supuso un golpe de efecto y una seria herida al orgullo ruso. Porque Kursk no es cualquier provincia para los rusos. La región tiene un gran valor simbólico, por el hecho de que en los alrededores de su capital se produjo una de las batallas mayores y sangrantes de la Segunda Guerra Mundial que se saldó con la victoria rusa ante los nazis de Adolf Hitler.

En Kursk, los ucranianos expusieron las debilidades de las defensas rusas, pero la contraofensiva ordenada por Moscú eliminó un comodín importante para Ucrania a la hora de negociar y dejó la guerra abierta y sin perspectivas reales de qué pueda acabar. Todos los intentos de la comunidad internacional, incluyendo los Estados Unidos de Donald Trump, han sido infructuosos a la hora de conseguir un alto el fuego y negociar unas condiciones aceptables para los dos bandos que permita poner fin al conflicto. Vladímir Putin no está dispuesto a ceder en sus pretensiones territoriales en Ucrania, no aceptará que este país entre en la OTAN y ha dado muestras de jugar con los aliados -empezando por el presidente norteamericano- poniéndolos a prueba con acciones como las recientes invasiones de los espacios aéreos de dos miembros de la alianza atlántica, Polonia y Rumania.

El Kursk del pasado

Pero hay que retroceder 25 años para encontrar algunas respuestas al presente. Los analistas coinciden en asegurar que el hundimiento del Kursk supuso un antes y un después en la política rusa y en la presidencia de Vladímir Putin, que dio un giro hacia el autoritarismo y el control informativo que caracteriza el Kremlin bajo su régimen. Putin era el presidente hace 25 años y lo es en la actualidad. Y quizás, si no hubiera pasado la tragedia al mar de Barents, él no sería el mismo. O al menos, eso creen algunos analistas, convencidos de que aquel episodio marcó profundamente al presidente ruso, su mandato y la reputación que se ganó delante del mundo de líder implacable capaz de sacrificar la vida de sus hombres a cambio de mantener los secretos militares y tecnológicos, rechazando la ayuda occidental. El documental Kursk: 10 Days That Shaped Putin (Kursk: diez días que cambiaron Putin), producido por la compañía HiddenLight de Hillary y Chelsea Clinton, y estrenado en 2025, aborda la tragedia del hundimiento del submarino nuclear ruso y su impacto Vladímir Putin. El expresidente de los EE.UU. Bill Clinton afirma que Putin bloqueó deliberadamente la ayuda internacional para rescatar a la tripulación del Kursk, priorizando proteger los secretos militares y de tecnología nuclear rusos sobre salvar la vida de los 118 marineros.

El impacto en Putin y el ejército ruso

Hacía solo tres meses que Putin que había llegado al Kremlin, el 7 de mayo del 2000, y su imagen pública era la de un líder pragmático que buscaba estabilizar a Rusia después de la crisis de los años 90. Pero el hundimiento del Kursk en agosto de 2000 expuso fallos en la gestión militar y, sobre todo, su respuesta fría y tardía a la tragedia dañó su reputación inicial, enfrentándolo a duras críticas internas y externas. El presidente ruso tardó días a manifestarse públicamente y rechazó la ayuda internacional para el rescate, priorizando la protección de secretos militares, sacrificando la vida de los marineros. Posteriormente, la crisis del Kursk sirvió para justificar la concentración de poder del gobierno, la censura de los medios independientes y la limitación del poder de prensa, consolidando el régimen presidencialista y autocrático de Putin. Los expertos creen que las críticas internas y externas lo endurecieron como líder y modelaron el estilo que ha marcado su mandato y también la guerra de Ucrania.

Proceso de modernización militar

Pero el hundimiento del Kursk y la evidencia de deficiencias críticas en las fuerzas armadas también marcó la transformación militar rusa. Putin inició un proceso de modernización con la implementación de varios Planes Estatales de Armamento (GPV). Desde 2011, estos planes priorizaron la renovación de equipos, especialmente en la Marina, Fuerzas Aeroespaciales y fuerzas terrestres, con avances en sistemas de armas, logística y la profesionalización del personal militar. Bajo la presidencia de Putin, el Ejército ruso pasó de un modelo de movilización masiva a una estructura más profesional y flexible. Se redujo el número de unidades, pero se mejoró la calidad de las tropas con soldados contratados más preparados y un mando unificado centralizado. Además, se crearon unidades de operaciones especiales, ciberdefensa y defensa del Ártico para enfrentar nuevos escenarios tácticos y geopolíticos.

Rusia duplicó en muchos años su presupuesto de defensa, cosa que permitió inversiones masivas en desarrollo, producción e innovación en armamento, con el objetivo de tener para 2020 un 70% del equipamiento modernizado o nuevo, aunque con limitaciones económicas y técnicas. Eso permitió mostrar capacidades operativas mejoradas, como en la guerra de Georgia (2008) y la anexión de Crimea (2014). Las fuerzas armadas rusas han mostrado mejoras en despliegue naval, aéreo y terrestre, con unidades más flexibles y mejor equipadas, pero también sufren pérdidas importantes y retos logísticos evidenciados en el conflicto de Ucrania. La experiencia del Kursk reforzó en Putin la necesidad de un ejército moderno y centralizado bajo fuerte control estatal y alimentó su ambición. Hoy, el líder ruso desconcierta en el mundo con sus provocaciones, su voluntad de utilizar las negociaciones de paz como herramienta para prolongar el conflicto, sembrar la discordia política en Ucrania y socavar la unidad occidental para debilitar su apoyo a Volodímir Zelenski.