"La crisis humanitaria de la guerra de Ucrania requiere una "actuación rápida porque la desesperación de la gente no puede esperar". Así lo asegura Sor Lucía Caram que, junto con Josep Santacreu, Òscar Camps (Open Arms) y el padre Àngel, han organizado este sábado un vuelo privado hasta Varsovia para traer a 200 refugiados a Catalunya. Una setentena se quedarán en Manresa, donde ya se está buscando alojamiento para los recién llegados, y el resto se repartirán por otros puntos de Catalunya y también en Madrid. La Fundación del Convent de Santa Clara ya ha acogido a los primeros refugiados de Ucrania, como la Irina, una madre con dos hijos que ha tenido que dejar su marido allí. "Nunca se me habría imaginado que la vida se pudiera romper tan rápidamente", afirma con dolor.
Sor Lucía Caram y la Fundación del Convent de Santa Clara tienen mucha experiencia en la acogida de refugiados, de personas que huyen de sus países en guerra. El conflicto de Ucrania, sin embargo, los ha obligado a pulsar el botón de aceleración como nunca. "Es una huida muy bestia; cuando vas a la frontera y ves las riadas de gente, ves que nos tenemos que activar porque la desesperación no puede esperar", afirma Caram. "La gente está huyendo del terror, de las balas y de lo que significa la guerra", añade.
Cambio en la manera de trabajar
La situación les ha llevado a cambiar la manera de trabajar. Ya hace días que han hecho llamamientos a las familias para ofrecer casas, se han aumentado las habitaciones disponibles en el convento e incluso algunos voluntarios han pasado a dormir para poder coordinarse mejor y ser más ágiles. Hace unos días Caram ya viajó en furgoneta hasta la frontera rumana con Ucrania para recoger a seis personas que huían de la guerra, todas con historias conmovedoras. Todos ellos todavía están en choque, intentando situarse después de la dureza de lo que han vivido. Olena, una madre con un hijo de 11 años que también ha podido venir a Catalunya, explica a la ACN que todavía se asusta cuándo oye un coche porque le recuerda el ruido de las bombas. En medio del conflicto, consiguieron escapar en vehículo y llegar hasta la frontera con Rumania, donde coincidió con Sor Lucía. Su marido no pudo huir con ellos, ni tampoco sus padres ni un hermano. Olena es coreógrafa y en su país tenía una escuela de danza. "Me gustaría seguir enseñando danza porque es mi vida", afirma.
Irina: "Teníamos una buena vida"
Quien también ha visto cómo su vida se ha "roto" es Irina, una madre con dos hijos que ha tenido que dejar su marido allí. En Ucrania trabajaba de peluquera y, junto con su marido, que era constructor, "tenían una buena vida". La guerra, sin embargo, los cogió por sorpresa y ahora se encuentra en Manresa con los dos hijos. Admite que se siente mucho mal por haber dejado a la familia atrás y que esperan encontrar bastante ayuda para poder salir adelante. Otra de las personas acogidas en el convento es Olesya, que trabajaba en un almacén y vivía cerca de Kíiv. Las bombas la empujaron a marcharse, después de ver que el conflicto se alargaba. Llegó a Rumania y dejó al país a la madre y un hermano mayor. "Quiero buscar un trabajo aquí, similar al que hacía allí", explica. Un deseo que también comparte Nikita, otra ucraniana que habla del padre y parte de la familia que ha tenido que dejar allí. A pesar de todo, sabe que tiene que salir adelante. "Prefiero quedarme aquí porque puedo estudiar y crecer", dice.
Ana y Vladimir van fugirv del Donbass hace 14 años / ACN
De refugiada a cocinera del convento
En las dependencias del convento también cuentan con la ayuda de un matrimonio, Vladímir y Ana. Hace catorce años ya se marcharon del conflicto a Donbass. Ahora ella trabaja de cocinera al convento y explica que están muy satisfechos de poder ayudar haciendo el que haga falta, como de traductora y que no importa la nacionalidad. "Todos somos personas que no queremos la guerra", dice ella. En medio de tanta tristeza, dice, también hay motivos de alegría. Su hija pudo huir de Kíiv y hace cuatro días que ya tiene un piso en Manresa donde vivir.