La presidencia de Donald Trump puede haber traído beneficios a la economía de los Estados Unidos y, al mismo tiempo, puede que haya sido desastrosa para la política internacional. También podría ser que las cosas hubieran seguido un desarrollo parecido sin él.

Saberlo lo sabremos cuando el tiempo nos permita tener una perspectiva para verlo más claramente: en estos momentos, la cuestión Trump es cosa de pasiones y opiniones.

Lo que sí que podemos decir sin dudas, sin embargo, es que el paso de Trump por la Casa Blanca ha sido una bendición, como un mana del cielo, para el Partido Demócrata de los Estados Unidos y para los medios informativos de todo el mundo.

Especialmente para los medios, porque se han encontrado con un enemigo público indiscutible, un auténtico demonio como sólo se encuentra durante las guerras y al cual han podido criticar sin limitaciones. Cuánta razón ha habido en estas críticas lo podremos analizar... cuando todo el mundo lo haya olvidado.

La pasión ha escondido que lo preocupante no es que un personaje como él haya gobernado el país, sino que casi la mitad de su pueblo se haya identificado con él

Todo eso es tan evidente que casi esconde el aspecto más oscuro del fenómeno Donald Trump y que es la masa gigantesca y frenética de sus seguidores, una masa que movilizó y que todavía moviliza en un país que se considera el líder de las democracias parlamentarias.

En otras palabras, la pasión ha escondido que lo preocupante no es que un personaje como él haya gobernado el país, sino que casi la mitad de su pueblo se haya identificado con él. Es decir, que el peligro no es el demonio, sino los que lo siguen incondicionalmente.

Claro que, si se repasa la historia, tanto de los Estados Unidos como del resto del mundo, la de ahora y la de hace milenios, el gigante no es la imagen del demonio —o del mal— sino de las masas que apoyan ideologías y programas radicales y sin justicia. Son las masas las que han permitido los genocidios, las guerras de religión, el racismo, el estalinismo, el fascismo y otras locuras —acabadas en ismo— o de cualquier otro modo.

Eso, sin embargo, es hilar fino y mejor dejar el análisis para filósofos, historiadores y moralistas, porque no es el lugar para la ambición de los políticos —ni de los periodistas que buscan lectores, oyentes o espectadores.

Así que, en nombre de políticos y periodistas de todo el mundo: muchísimas gracias, expresidente Trump, y esperamos que no vuelva, ni usted ni sus compañeros.