A 12.000 metros de altura, un viaje en avión suele ser sinónimo de relajarse, ver una película, comer algo y, con suerte, aprovechar para dormir un rato. Sin embargo, aunque parezca que nos alejamos del mundo y de todos sus problemas, la realidad es bien diferente. Ni la distancia ni el cielo te alejan de los conflictos y desastres que pasan a la tierra, y eso se traduce en un impacto directo a los vuelos que cogemos.
Si te detienes a mirar una de las webs que muestran en tiempo real los aviones que vuelan por todo el mundo, como FlightRadar24, verás una gran cantidad de aviones en el aire. Pero también verás unos vacíos enormes, como agujeros en el cielo, donde no hay ningún vuelo: las conocidas zonas prohibidas o "no fly zonas". Estas áreas quedan cerradas a menudo porque hay peligro para los aviones, sea por conflictos armados o por riesgos naturales.

Ahora mismo, el conflicto que se ha agravado en el Oriente Próximo, entre Israel e Irán, es el nuevo motivo que ha hecho aparecer estos grandes vacíos en una zona antes llena de tráfico aéreo. Estos conflictos, que también incluyen la guerra en Ucrania y tensiones en otros puntos del mundo, obligan a las aerolíneas a cambiar sus rutas, lo cual supone más tiempo de vuelo, más consumo de combustible y, en definitiva, más costes.
Los riesgos de cada ruta (y el coste)
Por ejemplo, según Tony Stanton, experto en aviación en Australia, los vuelos sin escalas entre Londres y Hong Kong tienen que añadir ahora dos horas más para evitar volar sobre Irán o Israel. Tal como recoge la CNN, estas horas extra hacen que el combustible que se consume aumente mucho, ya que un Boeing 777 puede gastar en torno a 7.000 dólares –unos 6.000 euros– en combustible por hora de vuelo. Eso sin contar los gastos adicionales de la tripulación, las tasas de uso del espacio aéreo o la pérdida de ingresos por posibles retrasos o cancelaciones.
Los pilotos y las compañías tienen equipos especializados que estudian cada día cuáles son los riesgos de cada ruta, y a menudo deciden hacer desvíos muy grandes para asegurar que los aviones no se acerquen a zonas peligrosas. Además, en algunos casos no solo se trata de la guerra, sino también de la seguridad tecnológica: en zonas de conflicto, puede haber interferencias con los sistemas de navegación por satélite, cosa que hace que el piloto pueda recibir información falsa sobre su posición.
Estas restricciones también afectan mucho a los vuelos regionales, especialmente entre Asia Central y destinos en el Oriente Próximo como Dubai o Doha. Antes, buena parte del vuelo atravesaba espacios aéreos como el de Irán; ahora, en cambio, los aviones tienen que pasar por corredores más estrechos, como los que pasan por Turquía, Arabia Saudí o Egipto. Eso hace que el espacio por donde pueden volar más aviones al mismo tiempo sea menor y que el trabajo de los controladores aéreos sea más complejo.
La naturaleza también pone límites
Pero no todo son conflictos armados. La naturaleza también pone límites. La erupción de un volcán puede ser igual de peligrosa, o más, para los aviones. El caso más conocido es el de la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull, en el 2010, que paralizó el espacio aéreo de Europa durante días, afectando a más de 10 millones de pasajeros y causando pérdidas de más de 1.700 millones de dólares –1.500 millones– a las aerolíneas. Ahora mismo, una erupción cerca de Bali recuerda que estos peligros naturales pueden aparecer en cualquier momento y afectar rutas globales.
El resultado de todo eso es que los aviones tienen que dar más vueltas, consumir más recursos y depender todavía más de una logística muy compleja. Esta realidad ha convertido la gestión de rutas en un auténtico quebradero de cabeza para las compañías aéreas, que tienen que buscar el equilibrio entre seguridad, costes y satisfacción de los pasajeros.