"Llévate este vino que no vale nada y trae uno bueno, venga. Un Rioja!". La frase la dijo un señor que tenía sentado en la mesa de al lado, hace dos meses, en el restaurante Parada de La Panadella, donde mi chica y un servidor fuimos a comer la primera escudella con cocido del año. El hombre debia tener unos sesenta largos, vestía una camisa de franela de cuadros y hablaba con un maravilloso acento de las tierras de Lleida, pero consideró que el vino tinto DO Pla de Bages que entraba en el menú "no valía nada". Intuí que él y su mujer eran clientes habituales del restaurante, si no la dueña no los hubiera saludado como se saluda a unos amigos y el hombre, seguramente, tampoco le habría explicado al camarero que este año ha salvado la cosecha de manzanas gracias a las Golden. No me sorprendió que prefiriera beber un vino diferente de aquel de Castellfollit del Boix, que era más que justito, sinceramente, sino que para pedir "uno bueno" mencionara directamente un Rioja.

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Dos copas de vino negro 'bueno' que no necesariamente tiene que provenir de la Rioja, a pesar de que algún boomer no se lo crea.

El camarero, con su chaleco negro sobre la camisa blanca, inmediatamente apareció con un tempranillo de la Rioja que satisfizo con un solo trago a los dos integrantes del matrimonio. ¡"Qué cambio"!, dijo ella. Me fijé en la etiqueta del vino, busqué el nombre en Google y di con lo que temía: la botella tenía un precio de venta al público de 3,75 €, lo que quiere decir tres cosas. La primera, que difícilmente debe ser un vino 'bueno'. La segunda, que en algún rincón de la Rioja hay algún campesino malvendiendo su uva para que alguna gran bodega haga un vino infecto que algún buen comercial sabe colocar en nobles restaurantes de pedo y eructo. Y la tercera es que el hombre de mi lado, aparentemente trabajador del campo, bebiendo aquel vino no solo está fomentando que nadie se dé cuenta de las dos anteriores cosas críticamente, sino que está contribuyendo enormemente a una todavía peor: matar al campesinado vinícola de Catalunya que todavía hoy, en pleno siglo XXI, tiene que ver cómo tantísima gente de nuestra tierra cree que los vinos catalanes no pueden jugar en la primera división del mundo del vino.

El vino catalán será PEC o no será

Si aquel buen hombre del restaurante de La Panadella hubiera tenido veinticinco años, quizás le habría hecho una fotografía a aquel Rioja, lo habría publicado en un stories de Instagram y sencillamente habría escrito PEC, que quiere decir 'por el culo'. Eso no querría decir que un prejubilado con pinta de tener el John Deere aparcado en el porche de casa deseara introducirse una botella producida en Haro por el orificio anal, ya que 'por el culo' es una metáfora altamente popular entre la juventud actual para explicar que algo gusta mucho. El nuevo disco de Figa Flawas puede ser un disco digno de meterse por el culo, pues, y evidentemente un montón de vinos catalanes son vinazos que en las pizarras de bares con vinos en copa tendrían que anunciarse como "vinos para meterse por el culo". El problema, claro está, es que encontrar alguna taberna en nuestro país donde la carta de vinos tenga más referencias de vinos catalanes que de vinos foráneos es tan difícil como encontrar a un señor de sesenta y cinco años que entienda que meterse por el culo algo bueno es un comentario positivo. Ya no hablemos lo difícil que es encontrar algún restaurante donde solo haya vinos de aquí, cosa que en Catalunya se entiende como un acto de proteccionismo casi racista, y sin embrago, curiosamente, es la cosa más normal del mundo en los bares y restaurantes de la Ribera del Duero, la Borgoña o el Piamonte.

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Una chica en un bar muy cool donde no puedes meterte vino catalán por el culo (porque no tienen).

Los restaurantes son un eslabón esencial para potenciar el vino catalán, como dice siempre Laura Roca, fundadora e impulsora del proyecto La Baula Vi. Su objetivo es sencillo y concreto: impulsar el consumo de vino catalán y hacerlo a través de su presencia en los bares y restaurantes, por eso hacen catas en Barcelona donde un invitado propone cinco vinos catalanes que durante un mes podrán encontrarse en la carta de aquel local. La intención es ir expandiendo el proyecto a otros rincones de Catalunya con el fin de dar a conocer aquellos vinos de uva y producción local que, desgraciadamente, a menudo tienen menos facilidad comercial y logística de distribución para colarse en las cartas de los locales donde no está la figura profesional del sumiller. En la Bodega Borràs (Casanova 10, Barcelona) confían tanto en el criterio de La Baula que cada mes celebran una cata, y fue precisamente allí donde el miércoles pasado pude saldar una deuda pendiente que tenía desde hacía dos meses con Roc Gramona. "El día 16 de este mes presentamos una cosa que te molará", me escribió en octubre, "un proyecto nacido por amor al Penedès. Ven"!. No hace falta decir que recibir este whatsapp de parte de un miembro de la familia Gramona y el impulsor de la bodega L'Enclòs de Peralba fue un honor, pero aquel lunes me encontraba en el extranjero por trabajo y no pude asistir a la presentación del colectivo Vida Pnds, una tropa muy diversa de dieciocho elaboradores con un objetivo común: hacer realidad un Penedès digno.

Que el vino sea un proyecto de vida

La primera vez que Roc Gramona me comentó la existencia de Vida Pnds, confieso que durante diez segundos pensé que el tío había decidido dejarlo todo, enviar a tomar por saco el negocio vitivinícola y montar la edición penediense del Vida, el festival de música más importante del panorama indie en Catalunya y que se celebra en Vilanova i la Geltrú, técnicamente en un territorio vinícolamente penediense. El nombre invitaba a la confusión, como también invitaba el hecho de que 'Pnds' pareciera una errata de alguien que ha querido escribir Penedès en un teclado con las teclas de la letra E estropeadas, pero resulta que no: es tan sencillo como que solo la DO Penedès puede utilizar el nombre comercial de 'Penedès', cosa muy lógica. También tendría que empezar a ser tremendamente lógico entender que en el Penedès, a escasos kilómetros de donde se celebra una jarana musical como el Vida, ya hace años que una serie de artistas muy jóvenes, en este caso con la viña y las bodegas como escenario, están intentando de una manera muy indie transformar la cultura vitivinícola de un territorio que en el que en las últimas décadas se ha generado una inercia poco constructiva con respecto al día de mañana. ¿Qué futuro le espera al Penedès sin una apuesta fuerte por las variedades locales? ¿Qué futuro le espera, si los campesinos no pueden alcanzar un precio justo por su uva? ¿Qué futuro le espera, si la apuesta por la transformación ecológica en el cultivo de la viña y el proceso de elaboración contiene, muchas veces, más gramos de facta que de verba?

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Los miembros del ecléctico Vida Pnds durante la presentación del colectivo, hace dos meses. (Foto: Jaume Vilaseca)

Algunos de los vinyerons del colectivo Vida Pnds elaboran vino dentro la DO Penedès y otros lo elaboran fuera de la DO. Algunos hacen vino tranquilo y otros hacen vino espumoso. Algunos tienen bodega propia y otros hacen su vino en un espacio compartido con otros elaboradores. Incluso los hay que apuestan únicamente por el vino natural y otros que, al contrario, no creen en él. ¿Qué une a dieciocho bodegas diferentes y tantas realidades diversas, pues? La certeza de poner en valor el territorio del Penedès, sus agricultores, su paisaje y sus variedades autóctonas, cosa que en el último medio siglo ha sido más que irregular en una tierra donde en los años setenta la mayoría de grandes bodegas decidieron hacer cantidad más que calidad: tras los lujosos anuncios de Freixenet de los años noventa se escondían montañas de cava económico, vino peleón y campesinos que cultivaban la viña sin ninguna preocupación medioambiental. Como vendían tantos kilos, sin embargo, se paseaban con un Mercedes por los pueblos donde hoy, desgraciadamente, sus hijos o nietos casi no pueden ni pagarse el alquiler de un piso a pesar de tener dos trabajos: su profesión normal y, aparte, su proyecto vinícola con el que, más que un retorno material como pueda ser un coche de gama alta, aspiran al intangible retorno de dignificar la tierra donde han nacido. Por eso, quizás, Vida Pnds nació hace medio año en la feria Indigènes de Catalunya Norte, la más importante de vino natural en Europa, cuando Ferran Lacruz de la Bodega Clandestina, con una camiseta donde se leía "Penedès Revolution", convenció a Laia Esmelt y Jaume Vilaseca de la bodega Casa Jou para agruparse y hacer la revolución juntos.

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Una viña ubicada en Subirats que solo se salvará de ser expropiada para hacer una carretera o un polígono industrial si algún campesino la trabaja. (Foto: Jaume Vilaseca)

Todo eso es lo que pasa hoy en una comarca donde hace más de diez años una prestigiosa bodega como Raventós i Blanc decidió ir a su bola y enmarcar sus vinos espumosos con la denominación Conca del Riu Anoia. Años más tarde, serían una decena de elaboradores también de espumoso quienes, cansados del desprestigio del cava, se agruparon en la marca colectiva Corpinnat. Mientras tanto, en todo este tiempo, la DO Penedès ha apostado por ser la primera en todo el Estado que a partir del 2025 solo elaborará vinos ecológicos, y por si no fuera suficiente, en la última década casas importantes como Torres, Can Ràfols dels Caus, Recaredo o el mismo Raventós i Blanc han hecho una apuesta decidida por la agricultura regenerativa o biodinámica. Si bien todos estos cambios y movimientos los ha hecho la quinta que ronda ahora los cincuenta años largos, quien escribe estas líneas tiene la impresión de que es la hornada que viene por debajo, con nombres como los que se agrupan en Vida Pnds, la que auténticamente puede marcar el cambio definitivo: hay una generación que se atrevió a sacudir el cesto, pero ahora hay otra que está dispuesta a romper los huevos. No por vanidad o interés comercial, sino sencillamente para negarse a aceptar lo que sus abuelos o padres asumieron en un momento dado: que en el Penedès no se puede tener un proyecto de vida digno haciendo, a la vez y de manera personal, un vino dignísimo. Un vino que sea tan bueno que pueda ocupar las cartas de todos los restaurantes y un vino, en definitiva, que un campesino de Lleida que va a La Panadella a comer desee beber antes que un Rioja, ya que este es realmente el cambio de paradigma que hay que fomentar. Al final, en resumidas cuentas, es tan sencillo como, al igual que pasa con la política, vinícolamente hablando se hace difícil que el mundo nos mire si nosotros somos incapaces de mirarlo, defenderlo y, en definitiva, metérnoslo por el culo primero.