J.C. Olaria: El día seis cumpliré ochenta años. Si puedes venir a las 14.40 h al restaurante Camèlies, lo celebraremos y será fantástico.

Yo: ¡Oh! Me encantaría. Pero a las 15 h entro en la librería... y antes estaré trabajando en el artículo de esta semana (emoji con la cara triste).

El artículo en trámite referido, con el que hoy les anhelaba deleitar, hubiera hablado del aniversario del estreno de Los crímenes del museo de cera (André de Toth, 1953), la primera película de la historia filmada y proyectada en 3-D, uno de los grandes clásicos del cine fantástico y de terror, protagonizada por el gran actor y mejor gourmand Vincent Price, el autor de un gran libro de cocina: A Treasury of Great Recipes. Habría podido relacionarlo con, qué sé yo, Frankenstein y las primeras aplicaciones del galvanismo en la cocina de inicios del s. XIX, las nuevas réplicas de los hermanos Roca en el Museo de Cera de Barcelona, y los discos y espectáculos con títulos gastronómicos de La Trinca (uno de sus miembros, Toni Cruz, es el actual propietario del renovado museo). Quizás la próxima semana, ya veremos. La cuestión es que, al poco de esta breve conversación por WhatsApp, caí en la cuenta: la efeméride de la cual tengo el deber de hablarles hoy es el ochenta cumpleaños del nacimiento del gran Juan Carlos Olaria, realizador de serie B y director de culto para los sibaritas con mejor mal gusto cinematográfico de todo el país y más allá. No pude asistir a su fiesta de cumpleaños, pero quedamos para comer el día siguiente.

Entre Olaria y yo distan cuarenta años, pero nos une una amistad cimentada, entre otros motivos que no vienen a cuento, en citarnos para comer de vez en cuando. Oriundo del barrio de Can Baró, conocedor de los mejores y más económicos restaurantes de menú de la zona, hace poco sacó del horno su última película: El hijo del hombre perseguido por un OVNI (2020), secuela de su memorable ópera prima: El hombre perseguido por un OVNI (1976). Sostiene la voz en off, por encima de los psicodélicos títulos de crédito de esta película que «el hombre vive apegado a la tierra y en raras ocasiones alza su vista a los cielos». El director le tomó prestada la cita a Giordano Bruno, y no seré yo quien devuelva al hereje a las brasas, pero opino que el astrónomo no tuvo en cuenta a los catalanes. El catalán amb els peus plantats a terra camina mirant al cel: los castellers, la sardana, Montserrat, el porrón y la calçotada, elevado, bailado, enaltecido, empinado o engullido en pleno ejercicio de alzar la mirada al espacio y más allá. Y no pretendo sacudirme la caspa de la barretina enarbolando los símbolos de la catalanidad más ortodoxa. Es que el símil viene al pelo para introducir a un cineasta que, por heterodoxo, le ha tocado lidiar con la etiqueta de «el Ed Wood catalán». Vale, puede ser que, como el director de Plan 9 from Outer Space, Olaria se interesara por el cine cuando, de niño, le regalaron una cámara de 8 mm. Como su homólogo americano, suele dar por buena la primera toma; y escribe, produce, dirige e interpreta papeles en sus propias películas. También se asemeja en los trucajes pedestres, los presupuestos irrisorios y en aquello de incluir en sus montajes los metrajes sobrantes de otras películas (en el caso de Olaria, las filmaciones de la NASA que fue a pedir al consulado estadounidense de Barcelona). Al igual que pasaba con Ed Wood, a Olaria le sigue un séquito de entrañables chalados que le ayudan a hacer y distribuir sus hilarantes películas. Y puede ser también que, con el director de Glen or Glenda, les una el gusto por vestir siempre alguna pieza femenina (acostumbra a llevar las zapatillas de señora que encuentra de oferta en las zapaterías del barrio). Por mucho que tengan en común ambos directores, el sambenito que lo compara con «el peor director de la historia del cine» es injusto: de no haber sido rechazado en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid, quien sabe si Olaria sería hoy conocido como «el Ray Harryhausen catalán» o estaría al nivel de todo un Gil Parrondo.

FOTO 2 OKEn la última película de Olaria, un platillo volante desintegra la Torre Agbar. Gracias. Foto: Sitges Film Festival.

El hombre perseguido por un OVNI traspúa una profunda sensibilidad artística que se manifiesta ya en los créditos, en los solarizados y virajes de color, así como en los trucajes y ambientes que consiguen capturar aquella Barcelona pretérita. Sirva de ejemplo el platillo sobrevolando un bloque de viviendas de Oriol Bohigas, esos que rompieron con la arquitectura monumentalista de posguerra. También en la sabrosa escena del Simca 1000 que los mutantes roban al protagonista (el actor Richard Kolin, nombre artístico de José Coscolín Martínez) flotando en el hiperespacio. Este coche se lanzó con fuerza al mercado español bajo el eslogan «Cinco plazas con nervio», que la picaresca popular enseguida transformó en «El filete del pobre, porque es para cinco, y con nervio». Olaria lleva más de cinco décadas en la brecha más orillada de un cine insobornable y periférico en todos los sentidos, cuyas tramas son una excusa para recrearse en los trucajes artesanales. Es jueves y el cineasta ha elegido los manteles del Café Padilla, en el 387 de la calle del mismo nombre. Pese al apelativo «café», el Padilla es una de esas casas de comidas, de menú a 11 €, que por fortuna resisten en barrios por romanizar como el Baix Guinardó. En la entrada, un letrero escrito a tiza reza: «Hacemos la mejor tortilla del mundo. Supérala si tienes huevos».

Yo pido espárragos de primero y le secundo con el cordero y el vino, maridaje bíblico que anticipa cierto regusto a herejía en estos altares del ateo que son todos los bares de bien. Después, le expongo mis intenciones: componer un retrato suyo a través del placer de comer, beber y hablar de ovnis mientras relajamos los esfínteres del espíritu.
 

FOTO 3 OKJuan Carlos Olaria a las puertas del Café Padilla y su retador letrero tortillófilo. Foto: Oliver Mancebo.

—Crema de mariscos, por favor —le pideo Olaria a la camarera—. Y cordero a la brasa. ¡Y vino tinto! Y un poco de pan.

Yo pido espárragos de primero y le secundo con el cordero y el vino, maridaje bíblico que anticipa cierto regusto a herejía en estos altares del ateo que son todos los bares de bien. Después, le expongo mis intenciones: componer un retrato suyo a través del placer de comer, beber y hablar de la vida extraterrestre en la cultura popular mientras relajamos los esfínteres del espíritu. Siempre ha habido una amistosa relación entre el diálogo más o menos filosófico y la buena mesa.

—La verdad es que he copiado la idea de este libro —confieso mientras saco del bolsillo un ejemplar reeditado por Diario Público de Mis almuerzos con gente inquietante, una colección de entrevistas en restaurantes a personajes de la vida pública, casi todos políticos, editado en 1984.

Manuel Vázquez Montalbán… ¡Me encantaban sus artículos en los periódicos! Coincidía con él en todo. Era muy equilibrado, muy prudente y progre. Veo que entrevista a Carmen Romero, al Duque de Alba, a Fraga… me huelo que esto debe de ser entretenido. Y el título, lo de la gente «inquietante», es muy agudo: en vez de llamarlos «gente importante» va el tío y les llama inquietantes. Porque ya veo que todos son bastante franquistas.

––Es que él respondió a su vez a la idea de otro libro: Mis almuerzos con Gente Importante. Ese lo escribió José María Pemán, que era facha de cojones.    

Decía Pemán que «el almuerzo produce la benevolencia» y Olaria es de por sí un hombre bueno, extremadamente afable. Parlanchín y muy cuidadoso en la expresión, tanto en el lenguaje oral como en el no verbal. Unta de misterio cada palabra entornando sus pequeños ojos, como pececillos tras la vitrina de unas gafas futuristas, como talladas a láser. Con frecuencia, alza la vista a los cielos y mueve las manos a lo Bela Lugosi, como intentando atraer la aceitera mediante telequinesis. Llegan los primeros platos.

—¿Aún te lo dicen, aquello de el Ed Wood catalán?

—Ya no tanto. La gente se pasa de respetuosa. ¡Qué más querría yo que ser el sucesor de Ed Wood, él que es famoso en medio mundo! A mí sus efectos me hacen mucha gracia, como los tentáculos de aquel pulpo que robó de los decorados de otra película, y que Bela Lugosi tenía que mover con sus manos.

Ed Wood fue un director de películas de serie B que habrían lanzado la papelera de la historia si no fuera porque, en 1980, el crítico de cine Michael Medved y su hermano, Harry Medved, en un libro escrito a cuatro manos, le otorgaron el Golden Turkey Award (premio pavo dorado) al peor director de la historia del séptimo arte. A partir de aquel momento, los paladares de un nuevo tipo de espectadores, capaces de saborear el cine de forma lúdica, sin prejuicios, desataron un culto en torno a su legado. Los cinéfagos de aquí hace años que corren detrás de los platillos de Olaria.

El único producto ibérico que consiguió colarse entre las pantallas oficiales del festival fue El jovencito Drácula, de Carlos Benpar. Sin embargo, para su exhibición comercial, la censura exigió el corte de una sicalíptica secuencia en la que Verónica Miriel y Susana Estrada jugaban a darse mutuamente chocolate con churros con los ojos vendados.
 

FOTO 4 OKMacedonia from Outer Space. Foto: Oliver Mancebo.

—¿Cocinas?

—Intenté cocinar hace tiempo, pero soy un desastre. Ocurre que mientras cocino me entra hambre. Me pongo nervioso, quiero acabar pronto, empiezo a probar… Y para mí es un tormento. Envidio a la gente que tiene paciencia cocinando y se aguantan las ganas de comer. Yo ya me lo comería, ya lo veo acabado. O sea, padezco mucho cocinando. Ahora ponle sal, ahora el cubito de Avecrem… Me pone negro. Así que decidí dejar de cocinar e ir siempre de restaurantes. Me gusta comer lo bueno que cocinan los demás.

—Pues es curioso, porque con los platillos y los trucajes artesanales eres muy paciente.

—Sí, es curioso, porque a mí la cosa manual me va mucho. Pero es que eso no repercute en una sensación como es la del hambre.

Llegan los segundos: dos generosas raciones de cordero a la brasa con su bien de patatas cortadas a mano y alioli. Le comento que me parece que se come bastante bien en el Padilla, teniendo en cuenta el precio del menú, que incluye una botella de vino aceptable y café o postre.

—¿Dónde rodaste los exteriores de El hombre perseguido por un OVNI?

—En el Parque del Garraf.

—¿Recuerdas lo que comíais durante el rodaje? ¿Dónde ibais a restauraros?

—Eso es algo que debo agradecer a los Ibáñez, dos hermanos que tenían mucho que ver con el Festival de Sitges. Ayudaban en el festival a su director de aquél entonces, Antonio Ráfales —que por cierto era franquista— a ir por diferentes países buscando películas de terror para incluirlas en el festival. Ramon Ibáñez, uno de los hermanos, era cocinero además de muy aficionado al cine. Acabábamos un rodaje y Ramon nos decía. «Veníos a Sitges. Al meu restaurant, que menjarem allà!». Se lucía y nos hacía unos platillos fabulosos, tú.

El menú de la Semana Internacional de Cine Fantástico y de Terror de 1976, además de los foráneos pasteles de sangre en competición, incluyó un Mercado del Filme en el Hotel Calípolis, dirigido a profesionales, donde pudieron verse diferentes películas españolas en busca de algún incauto distribuidor extranjero. Fue el caso de la cinta de Olaria, junto a otros títulos como Vudú Sangriento (Manuel Caño, 1974), Kilma Reina de las amazonas (Miguel Iglesias, 1975), La maldición de la bestia (Manuel Iglesias, 1975) o La noche de las gaviotas (Amando de Osorio, 1975). El único producto ibérico que consiguió colarse entre las pantallas oficiales del festival fue El jovencito Drácula, de Carlos Benpar. Sin embargo, para su exhibición comercial, se exigió el corte de una sicalíptica secuencia en la que Verónica Miriel y Susana Estrada jugaban a darse mutuamente chocolate con churros con los ojos vendados. Cabe también señalar que la empresa Santiveri, quizá para compensar tanta carnicería, repartió ese año productos dietéticos entre la escasa crítica vegetariana.

—¿Cómo recuerdas esos años? ¿Cómo saciabas las hambres, ya fueran de entretenimiento o de ganas de comer?

—Lo que más me llenaba eran las películas. Cuando vivía mi madre, comíamos siempre en casa. Fue a raíz de su muerte que voy a restaurantes. Recuerdo comidas sencillas y apetitosas. Verdurica con patatas, sopitas… —Nos interrumpen para cantarnos los postres: melón, pudding, flan, macedonia o yogur. Olaria elige la macedonia y yo el flan— …huevos fritos, costillas con alioli, conejo con alioli. El alioli siempre con mortero, eso nunca lo encontrarás en un restaurante. El alioli hecho a mano es fantástico, no hay color, es una cosa deliciosa. En la posguerra, yo había llegado a comer borrajas, sopa de borrajas. Cuando crecí, empezó a mejorar un poco la cosa, pero se pasó hambre. Mi padre era proletario, comunista, pero en ese momento tuvimos que comportarnos como burgueses. Él tenía buena carrera, era ingeniero, así que no sufrimos la miseria que les tocó a otros en el barrio. Mi padre fue teniente del ejército republicano, pero curiosamente no le vinieron a buscar. Cuando entraron las tropas en Barcelona, vio entrar a los tanques vestido de uniforme desde su piso de la Gran Vía, con una rabia inmensa. Después, aceptó la derrota. Creyó merecerla por haber perdido, lo cual no quiere decir que renunciara a sus ideas. Muchos años después, ya jubilado, seguía leyendo El Capital de Carlos Marx desde su despacho. Y mira que es un rollo de mil pares de huevos, muy complicado de leer. Les debía pasar lo mismo a tantos otros.

Juan O. Olaria, que así se llamaba su señor padre, aparece doblemente acreditado en El hombre perseguido por un OVNI: de un lado ejerció de productor asociado, costeando la película. Del otro, dio vida al flemático Comisario Duran, un tipo de investigador a lo Poirot difícil de asociar al vernáculo y fascista Cuerpo General de Policía.

Apuramos la botella de peleón, que se nos empieza a subir a la cabeza.

—Si ahora mismo aterrizara una nave espacial sobre la Muntanya Pelada, tripulada por extraterrestres hambrientos tras el viaje, ¿adónde te los llevarías a comer?

—Humm… al Botafumeiro o a la arrocería Rosalert. Eso si les gusta el marisco, claro. En caso que no, a Can Culleretes. Tienen mucha variedad de platos y, personalmente, me parece mejor que el 4Gats o el 7 Portes. En cambio, te dan una dorada muy buena por los restaurantes de la Barceloneta.

¡Caramba! Olaria es un bon vivant capaz de destinarle más presupuesto a una buena comida que a la producción una película. Pero, como si a unos seres que han recorrido una distancia sideral les fuera de cuatro  paradas en metro, le replico que esos restaurantes están muy lejos, i le hablo de Can Ginés, una propicia marisquería del barrio a precios populares.

—¡Bueno, leñe, pues a Can Ginés! Pero pasa una cosa, a lo mejor los extraterrestres bajan y lo que dicen es «¡Quiero un brazo de gitano!» y tú se lo vas a comprar a la mejor pastelería y te dicen «no, no, de ese no…». Y claro, no se los vas a reprochar: a lo mejor en su planeta cuando ven a un gitano… ¡se lo zampan!

—O imagínate que tienen forma de cefalópodos, como en La guerra de los mundos de H.G. Wells, y les das un pulpo a la gallega. ¡Te lo tiran a la cabeza!

—Pues claro, hay que ir con cuidado… Venga, que te invito a los chupitos y brindamos por mi cumpleaños.

Tras casi cuatro horas de agradable sobremesa, nos despediremos al caer la tarde sobre el cruce de las calles Sardenya y Camèlies, entre abrazos y promesas de ir pronto a comer una caldereta de bogavante a Can Ginés. Como regalo de despedida, Olaria me entregará un DVD con su cortometraje de 1995 Encuentro inesperado. A llegar a casa y reproducirlo, veré lo siguiente: una niña (Ángela Ulloa) se encuentra, in fraganti en la cocina, con un luminoso y pequeño objeto volador que al ser descubierto emprende la huida. Intenta atraparlo sin éxito y al volver a la nevera descubre, entre el tarro de anchoas y un sobre de beicon, un diminuto mensaje: SENTIGK MOLESTAGK, NESEZCITAGK BIANDAS. Lo cual, entre los efluvios de orujo y el poco marciano que yo sé, tardaré en descifrar: Sentimos molestar, necesitábamos viandas.
 

FOTO 5 (1) Olaria (derecha) interpretando a uno de los extraterrestres en El hijo del hombre perseguido por un OVNI. Foto: Pere Koniec.