La cena de los idiotas es una obra de teatro francesa estrenada ahora hace 30 años. Su protagonista, Pierre, tiene por costumbre organizar encuentros con los amigos donde cada uno de ellos se tiene que presentar con un invitado tan alelado como sea posible. La obra explora qué pasaría si uno de estos encuentros se anulara, pero el idiota se presentara igualmente. Muy a menudo La cena de los idiotas reaparece en la cartelera catalana, quizás porque convivir con imbéciles a la hora de sentarnos a comer es una tradición involuntaria que, desdichadamente y por muy francesa que sea la obra original, no entiende de fronteras.

Estos días, Internet ha encumbrado, a golpe de meme, al participante de un programa de citas a ciegas. El chico tuvo un intercambio de lo más paternalista con quien supuestamente tenía que seducir, y las redes hirvieron como lo hacen habitualmente: diciéndole de todo y convirtiéndolo en un hazmerreír. Muchos vieron mecanismos estructurales patriarcales, y los había. Lo que no importaba era el género de quien contemplara el accidente: el escalofrío era unánime. No en vano, la incomodidad de tener que compartir comida con alguien, no le llamemos idiota, pero sí con diversidad de entendimiento, es un aprieto en el que todos nos hemos visto.

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Una imagen de la adaptación al cine de 'La cena de los idiotas' (Francis Veber, 1998)

Yo nunca escribiré que el chico vilipendiado sea uno de ellos, pero vaya tela, con los idiotas. Los cortos de luces tienen muchas carencias, pero la verborrea no es una de ellas. No hay gilipollas introvertidos. Hablan largo y largo, y chico, te pueden dejar realmente hecho trizas. Yo, cuando me tengo que sentar por compromiso con un simplón absoluto, miro que no sea en domingo. O dejas un día de margen para recuperarte, o ya empiezas la semana con el pie izquierdo. El vampirismo emocional del tonto es de campeonato, y puede dejarte la reserva de endorfinas bajo mínimos, sin ánimo para acometer las horas que vienen cuando el idiota se marcha.

La dificultad en gestionar un estúpido en mesa radica en como de atrapado te encuentras. Puedes excusarte e ir el baño, sin embargo, al volver de cambiar el agua de las olivas, el alcaudón continuará allí, charlando simplezas como si al día siguiente tuvieran que extirparle la lengua. En los restaurantes, martirizan a los camareros hablándoles mal. En casas ajenas, mercadean con la imposibilidad de que quien los acoge se levante para cobijarse en otra habitación sin que se le tilde de soberbio. En casa propia, normalmente te ofrecen comida para llevar. Encargar pollos asados y hablar por los codos de tonterías son los fundamentos del zoquete.

El espíritu de la escalera. Este es el auténtico infierno al que nos condenan los bobos: a continuar el diálogo con ellos en diferido

Aparte de entregarnos La cena de los idiotas, los franceses nos regalaron la expresión l'esprit de l'escalier. El espíritu de la escalera. Se trata de la réplica perfecta para responder a uno bobo que, por desgracia, se te ocurre cuándo ya es demasiado tarde para escupírsela. Y es que este es el auténtico infierno al que nos condenan los bobos: a continuar el diálogo con ellos en diferido. A convertir nuestro tiempo de ocio en minutos y minutos de pluriempleo, ensartando aquella respuesta bien tirada que ya nunca les podremos servir. A afilar el hacha de guerra para la siguiente acometida. Nos superan, y nos superan en número: si volaran, dicen, no avistaríamos el sol.