Abro las redes y aparece un inacabable retahíla de publicaciones reclamando un mundo más sostenible. Es un clamor contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, es como una gran marea verde. Hay publicaciones de personas anónimas, de influencers, de personalidades públicas, y de empresas de lo más diversas. Todos los mensajes van en la misma dirección. Parece que finalmente todos hemos entendido la necesidad de cambiar el modelo. Pero desgraciadamente sólo lo parece, sólo es una pátina verde sobre un fondo que sigue siendo gris.

Al menos un tercio de la población catalana tiene un gran interés en consumir de forma habitual productos ecológicos, sostenibles y saludables. Pero sabemos qué significan estos tres términos? Mayoritariamente no, y por eso resulta tan fácil vendernos su falsa sinonimia. Sí, los tres términos podrían ser sinónimos, pero mayoritariamente ahora mismo de sinónimos no tienen nada.

"Creemos que ecológico, sostenible y saludable son sinónimos, pero la realidad es muy diferente"

De forma muy sintética. "Ecológico" se atribuye a aquellos alimentos que han sido cultivados de acuerdo con los criterios de un determinado reglamento que limita, por ejemplo, los productos fitosanitarios que se pueden emplear durante el cultivo. "Sostenible" se refiere a la satisfacción de las necesidades sin sobreexplotar los recursos y por lo tanto sin comprometer las generaciones futuras. Lleva implícita la preservación de la biodiversidad y el funcionamiento de los ecosistemas, e incorpora también la dimensión social y la económica. "Saludable" hace referencia a aquellos alimentos que contribuyen a preservar el buen funcionamiento del organismo y ayudan a mantener un buen estado de salud.

foto1 (5)Sessión de formación sobre plantas silvestres comestibles / Foto: Eixarcolant

Es evidente pues que los aguacates venidos de la otra punta del mundo pueden ser ecológicos y saludables, pero en ningún caso serán sostenibles. Lo mismo ocurre con la soja, que por muy veganos que sean sus derivados, sii esta soja viene de Estados Unidos, Argentina o Brasil de sostenible no tiene nada. En cambio, la carne de un cordero que ha pastado los bosques de Collserola sí será sostenible, al menos en términos ambientales. Y es que cuando hablamos de sostenibilidad no hablamos sólo de sostenibilidad ambiental, sino también de sostenibilidad social y económica. Nos hemos preguntado alguna vez si comprando un determinado producto estamos dignificando el trabajo del agricultor o ganadero que hay detrás, o si estamos contribuyendo justamente a todo lo contrario?

"¿Sabemos a qué estamos contribuyendo con nuestro consumo?"

La gran pregunta es, sabemos qué y quién está detrás de cada producto que consumimos? Sabemos a que estamos contribuyendo con nuestro consumo? No, no lo sabemos, y por eso es tan fácil que nos vendan verde pero que en realidad todo siga siendo gris, sin que ni siquiera nos demos cuenta. Un tercio de la población catalana se esfuerza en consumir sostenible, saludable y ecológico. Cuántas energías desperdiciadas, cuántas desilusiones y frustraciones en descubrir la realidad tras el anuncio. Pero imaginaros todo lo que podríamos conseguir si realmente este esfuerzo no fuera en vano.

Sí, estamos en la era del greenwashing, o lavado de cara verde. Una era que inexorablemente debe terminar si como sociedad queremos aspirar a tener un futuro digno, a generar una economía sólida a nivel local, ya seguir disfrutando de todo lo que nos aporta el territorio, que es mucho más que comer, por mucho que vivamos en el centro de una gran ciudad. Todos y todas dependemos del territorio que nos rodea, son los llamados servicios ecosistémicos, un término que también hay que reivindicar.

"Sólo si rompemos el greenwashing podremos hacer útil el esfuerzo que tanta y tanta gente hace cada día cuando va a comprar"

Y en Cataluña, como en todo el mediterráneo y buena parte del mundo, los paisajes son un mosaico de zonas agrícolas y forestales, conformado a lo largo de siglos, milenios, de interacción sostenible entre personas y entorno. Es por ello que más que de paisajes naturales hay que hablar de paisajes culturales. Es por ello que los agricultores y ganaderos son los jardineros de nuestros paisajes, y deben convertirse en los principales aliados no sólo para proveernos de alimentos de calidad, verdaderamente sostenibles, y que generen riqueza local, sino también para conservar la biodiversidad y los servicios ecosistémicos. Pero hace décadas que vamos perdiendo campesinos, como si un parque fuera perdiendo sus jardineros.

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Operaciones de preparación del suelo / Foto: Eixarcolant

Tenemos un territorio con una diversidad paisajística y una biodiversidad excepcionales. No somos conscientes de ello pero sólo hay que hacer un corto trayecto por carretera o tren para darse cuenta. Es más, tenemos más de 300 especies silvestres comestibles y más de 3.000 variedades agrícolas tradicionales que podrían cultivarse con gran facilidad, de forma totalmente sostenible, y generar productos de calidad y deliciosos. ¿Cómo puede ser pues que 20 especies ocupen el 91% de la superficie agraria catalana? ¿Cómo puede ser que el empleo directo del sector primario sea de tan solo el 1,4% de la población activa? Cómo puede ser que un agricultor cada vez necesite más tierra para poder vivir?

"¿Cómo puede ser que sólo el 10% de los agricultores tengan menos de 40 años?"

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Modelo agrícola a pequeña escala / Foto: Eixarcolant

Todo esto puede ser porque vivimos en una sociedad hipócrita que no mira más allá de la capa de verde con que nos lo pintan todo. Miramos el anuncio y ya nos quedamos tranquilos. Además, no tenemos herramientas, como consumidoras y consumidores que nos permitan saber con facilidad a que estamos contribuyendo con nuestro consumo. Y por lo tanto nos cuelan goles por todos lados. Pero ha llegado la hora de que esto cambie.

Hay que dotarnos de un nuevo modelo agroalimentario, que nos permita cambiar el qué y el cómo del cultivo, transformación, comercialización y consumo de alimentos. Un modelo basado en la calidad y la proximidad, en la diversificación de los cultivos, en una producción verdaderamente sostenible, y unos precios justos que hagan que cada vez más personas puedan vivir dignamente haciendo de campesino o campesina. Sólo si cambiamos radicalmente el modelo agroalimentario será posible dar respuesta a la crisis de la biodiversidad, a la emergencia climática, al despoblamiento rural, y a la falta de oportunidades económicas ligadas al territorio

"Y sólo podremos cambiar la forma que tenemos de producir y consumir alimentos si recuperamos las plantas olvidadas y podemos saber qué hay detrás de todo lo que consumimos".

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Rollitos de borraja (Borago officinalis) con verdolaga (Portulaca oleracea), cebolla, zanahoria y lenteja pequeña / Foto: Eixarcolant

Si no, no saldremos de esta. Porque como consumidoras y consumidores seguiremos contribuyendo a perpetuar un modelo global, basado en la cantidad y no en la calidad, que lo único que quiere es maximizar los beneficios económicos de las grandes empresas agroalimentarias a costa de la sobreexplotación de los recursos y el menosprecio de los productores. Y es precisamente este modelo, que hay que cambiar, lo que está provocando una uniformización de los paisajes y una pérdida de biodiversidad y de identidad cultural sin precedentes a escala mundial. Algunos datos: El 90% de la ingesta calórica de origen vegetal de toda la población mundial se realiza a partir de tan sólo 30 especies. Desde principios del siglo XX se han perdido, en todo el mundo, el 75% de las especies y variedades tradicionales cultivadas. El precio de la mayor parte de alimentos, como por ejemplo el trigo, no lo fijan los agricultores, sino las bolsas mundiales. Además, en numerosas ocasiones está por de bajo precio de coste. El precio final que pagamos los consumidores multiplica por entre 5 y 15 el precio que reciben los agricultores, cuando el máximo razonable sería que el precio se multiplicara por tres.

"Tenemos un modelo global con consecuencias nefastas a nivel local"

Quizás va siendo hora, pues, que hablemos abiertamente, ciudadanía e instituciones, de la necesidad de transformar totalmente el modelo agroalimentario como pieza clave para generar economía local a partir de un territorio con un potencial inmenso, y para poder afrontar la crisis climática , la crisis de la biodiversidad, y la despoblación rural. Porque si no ponemos este debate en el foco mediático, seguro que no vamos a cambiar nada, hasta que algún día, quizá dentro de no demasiado, nos lamentaremos de cómo es que no habíamos actuado antes.

"Está en las manos de todas y todos cambiar el rumbo, porque podemos hacerlo diferente. Hagámoslo. Este es el reto y la determinación del Colectivo Eixarcolant. "

foto5Camisetas con el lema de la campaña de micromecenazgo / Foto: Eixarcolant