Tras la pandemia, un estudio llevado a cabo por la Universidad Complutense de Madrid concluyó que 1 de cada 5 españoles presentaba síntomas clínicamente significativos de ansiedad, depresión o estrés postraumático. Pero en la investigación llamaba aún más la atención un dato: esta cifra se duplicaba en el grupo de edad de entre 18 y 24 años. En los últimos meses se ha puesto sobre la mesa la gran preocupación que existe entre los profesionales por la salud mental de los más jóvenes.

Depresión transmitida de padres a hijos

Uno de los aspectos que se está analizando es cómo la depresión paterna puede estar contribuyendo a este aumento de las cifras entre los adolescentes, independientemente de si los padres y los hijos están relacionados genéticamente. Se sabe que los hijos de madres deprimidas son más probables a desarrollar depresión ellos mismos y a desarrollar otras formas de psicopatología como TDAH, ansiedad o comportamiento antisocial.

Según un estudio más reciente llevado a cabo en Michigan, existe evidencia de que existe relación entre ambas variables, en lo que parece ser “una transmisión ambiental de la depresión y los comportamientos entre padres e hijos”. Gran parte de este efecto deriva de una posible relación conflictiva entre ambas figuras, lo que determina en buena medida los comportamientos de los adolescentes.

Los expertos muestran preocupación por el futuro. Otro estudio llevado a cabo por el Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry (JAACAP) concluye que la depresión en los jóvenes, entre las edades de 10 y 24 años, está asociada con niveles más altos de ansiedad en adultos y trastornos por uso de sustancias, peor salud y funcionamiento social, menos logros económicos y educativos, y aumento de la criminalidad.

Niño triste / Unsplash
Niño triste / Unsplash

Estar atentos a los síntomas

Por eso es importante acudir a un especialista cuando comiencen a aparecer los primeros síntomas. No siempre son obvios, a menudo son cambios sutiles en el comportamiento. Por ejemplo, problemas para dormir o sueño excesivo, pérdida de interés en las actividades favoritas, cambio en el apetito o aumento de la sensibilidad y sentimientos de inutilidad.

Una persona deprimida puede manifestar más irritabilidad e impaciencia a lo largo de sus actividades y de su día a día. Otras, se entristecen y piensan que sus vidas ya no tienen mucho sentido y no encuentran nada que les lleve a pensar que tienen una misión en su vida o pueden ser útiles para algo. En los casos más graves, pueden llegar a pensar en el suicidio como alternativa a tanto sufrimiento.