Dicen que un día el filósofo Jean-Jacques Rousseau se plantó y dijo: "Cuando el pueblo no tenga nada más para comer, se comerá los ricos". Encuentro que como eslogan está lo bastante bien para la Revolución Francesa, pero me temo que en la era del consumismo, el marketing y las pantallas, ya nada es tan sencillo. A menudo, y cada vez con más frecuencia, me encuentro con pequeñas señales, advertencias sutiles que nos indican que nuestra situación no tiene escapatoria, que es hermética y que no se acabará nunca. Eso es lo que me pasó el otro día mientras navegaba por Twitter y me choqué con el nuevo producto-símbolo-reivindicación de este verano, de aquellos tan típicos de la etapa del capitalismo que nos ha tocado vivir. Un objeto contradictorio por defecto que es, a la vez, una reivindicación política y una excusa más para gastarte el dinero, como el merchandising del Che Guevara. Seguro que os refrescará, queridos lectores acalorados de La Tumbona.

La liberación más dulce

Se trata de estos helados con la cara de los mil millonarios más conocidos. Entre otros lagartos de Silicon Valley, puedes arrancarle de un mordisco el jeto a Elon Musk, Mark Zuckerberg o Bill Gates. Todos son monísimos. Todo lo es: los diseños, el embalaje e incluso la furgoneta que los reparte. Un ejemplo genial de aquello que los publicistas dicen venderle una experiencia al consumidor. No es tan solo un helado, es mucho más. Es la experiencia de quejarte de las élites económicas (y hacerte una foto para demostrarlo). Es la oportunidad (¡por fin!) de comerte los ricos, tal como sugería el camarada Rousseau. Es la revolución sin canibalismo, la lucha de clases sin remordimientos, la liberación más dulce. Y todo por el módico precio de ¡10 dólares! (O 10 euros, ahora que por fin hemos puesto de acuerdo con los norteamericanos para hacerlo todo más simple). Con estas cosas no puedo evitar ser escéptica... ¿Exactamente para quién son estos helados? ¿Quién, sinceramente, se puede permitir pagar 10 euros por un polo? Porque cuando te olvidas del marketing, de los colores y de la purpurina, es eso lo que te queda: un polo asqueroso que te ha costado 10 ñapos. Eso y una story en Instagram de un helado industrial que se te deshace en la mano por momentos. Alguien que se ha hecho más rico y tú con 10 euros menos en la cuenta.

¿Nos tenemos que comer los ricos?

Entiendo que si no eres una amargada puede ser que lo veas y pienses: "¡Qué ingenioso! ¡Qué fresco y qué refrescante!" Puede ser que te haga cierta gracia durante 30 segundos y que después lo olvides para siempre y puedas dormir bien aquella noche. Pero... ¿De verdad hay que hacer un statement político mientras engulles un maldito polo en la piscina municipal? ¿Es necesaria toda esta performance? Y sobre todo, ¿hace falta que pagues para hacerlo? A mí por la noche me cuesta dormir, porque la realidad es que el marketing y las empresas ya hace tiempo que han escogido este camino. Gasolineras con banderas LGTBI, cadenas de supermercados que te piden que redondees el precio por una 'buena causa'... Y esta también parece ser la triste deriva de la disidencia política. Todo son símbolos, todo son gestos, reivindicaciones vacías, palabras e imágenes que a menudo se convierten en anuncios. Entonces, ¿nos tenemos que comer los ricos? Claro está que como eslogan queda bien mono, sea para empezar una revolución o anunciar un helado. Pero la verdad es que los ricos, por mucho que nos quieran hacer creer que son semidioses o reptilianos malignos, son, en realidad, humanos. Mortales de carne y hueso que un día desaparecerán y que solo serán recordados por quienes hereden sus fortunas. Mortales como tú y como yo, pero con muy mal gusto. Desgraciadamente, comernos los ricos de carne y hueso no nos refrescará en la ola de calor.