Todos los que tenéis tratos con niños sabréis lo complicado que es cuando les entra una rabieta. Gritos, llantos o portazos que parecen no terminar nunca. En esos momentos los adultos solemos sentir que nada funciona para calmarlos. Los psicólogos llevan tiempo diciendo lo mismo: lo importante no es castigar ni mandar callar, sino hacer que el niño sienta que no está solo en lo que le pasa. Ellos viven la frustración con mucha intensidad, pero aún no tienen herramientas para controlarla como un adulto.
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La frase milagrosa para que un niño se calme
Para esos momentos existe una frase sencilla que puede marcar la diferencia. Son solo ocho palabras, pero ayudan a bajar la tensión y a transformar el enfado en una actitud más benevolente. No es una fórmula mágica, pero sí una manera de recordar que la cercanía y la empatía funcionan mucho mejor que las órdenes. Decirla no quita de golpe el enfado, pero sí hace que el niño sepa que hay alguien a su lado que lo entiende.
La frase es: “Sé que estás enfadado, estoy aquí para ayudarte”. Con esto conseguimos tres cosas muy importantes: el niño siente que lo que le pasa es válido, que no está solo y que no lo estamos juzgando. Solo con eso ya puede empezar a calmarse. Y ojo, no solo son las palabras: el tono, la calma en la voz y los gestos del adulto son igual de importantes. Si mostramos calma y serenidad, el niño siempre entenderá que ese es el camino a seguir.
Lo mejor es que funciona a cualquier edad. Con los más pequeños, agacharse a su altura y mirarlos a los ojos hace que el mensaje llegue más fuerte. En los escolares, sirve para que sepan que tienen un apoyo cuando no logran manejar sus emociones. Y en los adolescentes, que suelen reaccionar mal a órdenes, escuchar “estoy aquí para ayudarte” les recuerda que no se trata de controlarles, sino de acompañarles.
La autoridad no es el camino
Muchas veces pensamos que calmar a un niño enfadado es cuestión de autoridad, pero la realidad es que lo que más necesitan es sentirse escuchados. Cuando cambiamos un “cálmate” por un “entiendo lo que sientes y estoy aquí”, no solo logramos que bajen las revoluciones, también les enseñamos poco a poco a gestionar sus emociones. Es una lección que les servirá toda la vida, porque aprender a poner nombre a lo que sienten y contar con alguien que los acompaña es la base de una buena educación.
También es importante recordar que los adultos no siempre vamos a acertar a la primera. Habrá días en los que la frase funcione mejor y otros en los que el enfado tarde más en pasar. Y no pasa nada. Si el niño ve que siempre le ofrecemos calma, comprensión y apoyo, terminará interiorizando que sus emociones son válidas y que puede gestionarlas sin miedo. Esa constancia es la que, a la larga, marca la diferencia.