Como ha dejado bien claro en su spot de campaña (copia descarada de un vídeo de los laboristas para las elecciones generales del Reino Unido de 2019), la CUP se ha presentado a los comicios municipales para echar del país a los alcaldes sociovergentes. Visto que los cupaires han fracasado en su intento de arrastrar a la casta procesista a la vía unilateral —de hecho, la CUP ha sido una muleta perezosa y patética de las mentiras de la esquerrovergència desde el 2017— sus alcaldables han vuelto a las fórmulas retóricas que les han funcionado toda la vida. Así ha hecho Basha Changue en Barcelona, siendo la única candidata que habla de impulsar una apuesta por el decrecimiento en una ciudad que, si de algo puede presumir (debido al pobrismo militante de su actual mandataria y una clase media saqueada por el Estado, falta de incentivos y de perspectivas vitales) es de ser venida a menos.

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Para volver al Ayuntamiento, después de haberse quedado fuera hace cuatro años, la CUP ha exhibido nuevamente a una candidata forjada con el glamur del activismo. Changue cumple el currículum a la perfección: es vecina de Nou Barris, relativamente joven (una chiquilla, si la comparamos con los gerontócratas de ERC y Convergència), hija de la inmigración guineana-cordobesa y con una sólida experiencia política a las espaldas, primero en el Ayuntamiento de Moià como concejala y después en el Parlament como diputada. Basha es una cupaire hecha en mil sufijos: anticapitalista, antirracista, afrofeminista y seguro que me dejo alguno, porque este año la complejidad filosófica de una persona se vincula a una suma de istas. Pero su experiencia no es cosa de mera boquilla: en el Parlament la hemos visto liderar iniciativas contra el racismo institucional, la desigualdad y la LGTBI-fobia.

Changue y los otros candidatos, en el fondo, buscan el hueco electoral que habían tenido antes de 2017, cuando la CUP aprovechó la corrupción sociovergente para erigirse en el nuevo independentismo de manos limpias

Aunque los antropólogos nos han explicado muchas veces la inexistencia de las razas (y la inexactitud de clasificar a los humanos mediante la taxonomía de la piel), nuestra herencia cultural se impone y la candidata Changue ha conseguido llamar la atención por su tonalidad corporal. El hecho no es menor, dada la exasperante blancura de la mayoría de alcaldables del país, de la todavía más dolorosa (y escasamente representativa) blancura de la mayoría de diputados de nuestro Parlament y, por qué no decirlo, de la blancura casi oceánica de las caras más visibles de universos nuestros como el mediático. Le guste o no, Changue corporeiza una diferencia que, más que de clase o discurso, es de aquello que llamábamos raza. Desde esta perspectiva, la candidata puede explicar con conocimiento de causa que encontrarse con la pasma no siempre es buena noticia.

Tiene gracia que, durante la campaña, un proyecto político de izquierda radical como el de la CUP barcelonesa se haya fundamentado mediante un discurso casi xenófobo contra esta curiosa raza llamada turista. El programa de los cupaires incluye ideas compartidas por la izquierda de la ciudad como limitar la presencia de cruceristas en nuestras calles, pero se emociona con ideas de bombero como prohibir los vuelos turísticos en el aeropuerto (difícil, no solo porque la libertad de movimientos sea uno de los pilares de aquello que en Occidente denominamos civilización, sino porque el Ayuntamiento, por desgracia, no tiene ningún tipo de competencia en el asunto). Este es un aspecto del programa cupaire que se me hace simpático, no solo por el hecho de que Changue me libere de la manada de bípedos que bloquean el portalón de casa, sino porque me pregunto cómo nos lo tomaríamos cuando hacemos de guiris por el mundo.

Gracias al show de la Bonanova y la aparición de los nazis de Desokupa en el Upper, la CUP ha podido abanderar de nuevo la defensa de la ocupación como metáfora de la justicia social y uno de los condicionantes para evitar el exilio de los indígenas barceloneses de sus barrios de toda la vida. Los cupaires se han quedado solos en este terreno y la cosa les ha servido para diferenciarse de todos los demás partidos como si, en el fondo, incluso Ada Colau se hubiera convertido al centrismo. Changue y los otros candidatos, en el fondo, buscan el hueco electoral que habían tenido antes de 2017, cuando la CUP aprovechó la corrupción sociovergente para erigirse en el nuevo independentismo de manos limpias. La vida tiene mucha ironía, pues quien engrasó los votos de los cupaires fue precisamente Artur Mas, consciente de que el secesionismo también tenía que contar con los hijos y nietos de los convergentes, presos de un repentinísimo ataque de izquierdismo.

En el fondo, la CUP ha vuelto a convertirse en el cepillo convergente. Lejos de reprobar la avaricia de los alcaldes que impulsan campos de golf a golpe de comisión, los cupaires harían bien en agradecerles la existencia como agua de mayo. Si vuelven a los ayuntamientos, será, en términos marxistas, por un giro de pura dialéctica. También podrán hablar de independencia y de la vía unilateral, of course; ahora que, también gracias a ellos, estos son unos conceptos que no hacen daño a nadie, espantosamente blancos.