Repasando los monólogos triunfantes que Pedro Sánchez se cascó en El Hormiguero y El programa de Ana Rosa, lo primero que sorprende es admirar la transformación física-discursiva del presidente español, un hombre más bien estirado y de escasa empatía, ahora convertido en una especie de osito de peluche afectado de nuevas masculinidades. Escribo desde hace tiempo que la política española sufre un ataque de procesismo y es muy fácil verlo en un Sánchez que ha abanderado el discurso victimario de cara al 23-J, presentándose como el centro de las calumnias y del discurso incendiario de eso que llama "la derecha mediática". De hecho, el mandatario del PSOE ha decidido sacudir la campaña con la vieja idea de apropiarse de un concepto urdido por el rival con la intención de modificar su significado: el sanchismo, alehop, ya no es la herencia política del candidato, sino la lectura maléfica que de él hacen los rivales de ultraderecha.

A mí me resulta muy simpático ver a este new Pedro Sánchez dirigiéndose a los españoles con esos ojitos de cordero que podrían ser los de Junqueras o Turull y visitando compulsivamente los medios que él mismo había vetado durante cuatro años (la voracidad mediática del presidente no tiene límites, y todos los habitantes del planeta que tenemos un podcast tememos que nos acabe ofreciendo un interviú). Por muy artificial que sea la postura (sabemos que bajo este personaje de algodón se esconde el killer de siempre, un superviviente peleón con más vidas que una camada de gatos), de momento el disfraz ha servido al líder socialista para remontar ligeramente en las encuestas. La apuesta de Sánchez, insisto, es netamente processista y se basa en una ecuación que vendría a decir lo siguiente: toda la mala leche y la violencia que sufro por parte de la derecha es la misma ira que os vomitarán a vosotros, si ganan.

Por aquellas casualidades de la vida, la campaña del PSOE tiene un carácter bicéfalo. Mientras Sánchez abandera el discurso del miedo (equiparando el auge de Vox y el viraje del PP a la ultraderecha con el retorno a las noches oscuras del franquismo), el socialismo se ha beneficiado de una inesperada incorporación al encuentro. No es otra que la de José Luís Rodríguez Zapatero quien, con la pachorra típica de los antiguos presidentes y la energía de un futbolista al que el entrenador pide salvar el partido cuando falta un cuarto de hora para el final, ha irrumpido en las tertulias madrileñas reivindicando sin tapujos la agenda politicosocial de su partido: jamás, pero jamás de los jamases, habíamos oído a ZP apropiarse con tanto entusiasmo del fin de ETA como un mérito de su administración y, ya que estamos, recordando a la parroquia progre que eso del matrimonio entre personas del mismo sexo y las leyes de memoria histórica fueron algo muy suyo.

Bajo este personaje de algodón se esconde el killer de siempre, un superviviente peleón con más vidas que una camada de gatos

Este es el binomio con el que el PSOE intentará avivar la pasión del millón de votos que perdió en las municipales. Para conseguirlo, Sánchez dispone de poco tiempo para apelar al voto moderado y convencerlo de las ventajas de un gobierno Frankenstein con indepes y antiguos simpatizantes del terrorismo, en comparación con el de una coalición tendente al ultraconservadurismo. El presidente español no lo tendrá fácil: creía que los indultos no solo pacificarían Catalunya (lo que, a pesar de la indigencia política y la moral servil del independentismo, no ha logrado del todo), sino que la mayoría de españoles olvidaría rápidamente que los presos políticos están en la calle. Es en este sentido que Sánchez depende en grandísima medida de la ayuda del PSC: presumiblemente, sin llegar al efecto Chacón, Salvador Illa podría alcanzar los veinte diputados y decantar la balanza a la izquierda.

Sánchez vive bastante tranquilo con la aquiescencia de los partidos catalanes: por mucha dureza que imposten durante la campaña, sabe que el espantajo de la alternativa Vox acabará provocando que le faciliten la investidura. También con respecto a la propia campaña electoral, un arte de la política en el que ha ganado bastante seguridad, sobre todo si lo comparamos con su rival inmediato. Mientras que en cada nueva entrevista Feijóo divida a la mitad el precio real de las naranjas, Sánchez puede seguir manteniendo las esperanzas de salvación intactas. Le han dado mil veces por muerto y siempre ha salido adelante. Se crece en la adversidad y, como me dijo un actual ministro suyo la mar de simpático, es mucho mejor que no te lo encuentres en un callejón oscuro porque tienes muchos números para acabar durmiendo con él eternamente. Si se da el caso, Sánchez habrá enterrado a tres líderes del PP liderando a un PSOE en minoría parlamentaria. Pas mal, Pedro.

Todo tiene su gracia, porque la del 23-J es seguramente la campaña en la que el soberanismo tendrá más poder para decantar la investidura de un presidente español y, no obstante, uno tiene la sensación de que Esquerra, Junts y la CUP acabarán siendo unos meros invitados de piedra. Esto, hay que admitirlo, también es uno de los méritos de Sánchez. Los indultos, ya lo sabemos, tenían un precio. Pues ya lo veis. Ahora, al menos, nos lo exigirán con la bandera del Arco Iris en la muñeca y una vocecilla de nuevas masculinidades que es el mar de moni. Ya me diréis de qué narices podemos quejarnos...