Conocí a Nacho Martín Blanco hará justo una década, cuando ambos participábamos en la añorada tertulia La Rambla del periodista Daniel Domenjó en BTV, un programa de aquellos tiempos en el que la televisión pública barcelonesa tenía la curiosa pretensión de acumular espectadores y que fue pista de despegue de muchos políticos jóvenes de mi quinta como Inés Arrimadas, Andrea Levy, Aurora Madaula o Roger Montañola. Por allí también pasaba Nacho, un periodista y politólogo que repetía con un temple envidiable el argumentario del españolismo en Catalunya, pero que, a diferencia de otras futuras superstars de su espacio político, tenía la decencia de hablar en catalán sin destrozarlo. De formas exquisitas y un trato exasperantemente afable con todo el mundo, Martín Blanco tenía perfil de estudiante ejemplar y una voluntad nada disimulada de acabar haciendo política en el Parlament.

Así sería, en efecto. Por eso vale la pena hacer memoria y, si me permitís la nostalgia, recordar un poco más el pasado. Yo conocí a Martín Blanco cuando Catalunya celebraba el Tricentenari (digámoslo todo, un fausto patriótico comisariado por Toni Soler y Miquel Calçada), el independentismo se convertía en hegemónico en el país, todavía bajo el dominio de Convergència, y Catalunya exultaba de alegría por la celebración del 9-N. En aquel momento de efervescencia, y aunque parezca imposible, el españolismo catalán aglutinaba el discurso victimista y muchos de sus tertulianos se erigían en una minoría en vías de extinción. Todavía recuerdo como Martín Blanco y compañía lloriqueaban por no ser considerados catalanes de primera, lamentando que la única forma de prosperar aquí era hacerse indepe. Pues bien —ya lo ves, Nacho— yo aquí sudando para pagar la cuota de autónomos y tú con un pie en el Congreso.

Catalunya no es clave para una victoria del PP, pero si hace buenos los pronósticos con un resultado notable, Martín Blanco podría dar un salto a Madrit cargado de capital

Al fin y al cabo, Martín Blanco nos ha demostrado que manteniendo una enmienda parcial a la inmersión lingüística (el sistema que le ha hecho aprender catalán, dicho sea de paso) y defendiendo la Constitución con la ayuda de la pasma, basta para que la vida te vaya muy bien en la colonia. Si alguna cosa demuestra su biografía política, primero en el PP y después en la sombra de Ciudadanos, es que con un ideario de mínimos se puede ir tirando de una forma muy cómoda (aunque, en su caso, sea al precio de abandonar a los naranjas cuando estos lo querían hacer alcaldable en las últimas municipales de Barcelona, deferencia a la cual Martín Blanco respondió virando al caballo ganador). Entiendo también que Feijóo lo haya escogido como lugarteniente en Catalunya: Martín Blanco nunca hará una declaración excesivamente incendiaria, mantendrá siempre la cordialidad, y ni le pasará por la cabeza osar matizar a su superior.

En Catalunya, y en todas partes en general, el PP ha desestimado regalar un perfil excesivo a sus candidatos, volcando toda la fuerza de la campaña en los aires aparentemente moderados de Alberto Núñez Feijóo. Martín Blanco se ha adaptado a las mil maravillas, eso sí, con un acento más próximo a esta cosa nuestra para distinguirse del ideario voxista, recordando que el PP defiende la autonomía de las naciones (dentro de los límites de la legalidad), que no tiene ningún tipo de problema en hablar de violencia machista o para asumir que hacen falta mejoras de financiación de la Generalitat, y también que, a pesar de no estar de acuerdo con aquello que los españoles denominan "la imposición del catalán", aquí vive muy natural y confortablemente su existencia bilingüe. Catalunya no es clave para una victoria del PP, pero si hace buenos los pronósticos con un resultado notable, Martín Blanco podría dar un salto a Madrit cargado de capital.

En el fondo, Martín Blanco suspiraría muy tranquilo con una abstención del PSOE en caso de victoria popular y un viraje de los socialistas hacia posiciones más centradas. Sea como sea, el eterno opinador ya tiene una prórroga en su carrera política. Como la mayoría de sus compañeros de tertulia (los españolistas, of course), ha acabado huyendo del país que decía tratarlo tan mal para buscar calor en la capital del reino. Que es donde se deciden las cosas importantes, faltaría más.