Tal día como hoy del año 1714, hace 310 años, en Rastatt (entonces margraviato de Baden y actualmente land alemán de Baden-Wurtemberg), Claude Hector de Villars y Eugenio de Saboya, representantes diplomáticos plenipotenciarios, respectivamente, del rey Luis XIV de Francia y del archiduque Carlos VI de Austria, puntales de sus respectivos bandos en la guerra de Sucesión hispánica (1701-1715), firmaban el acuerdo de paz, prolongación del Tratado de Utrecht del año anterior (1713), que ponía fin, definitivamente, al conflicto. Seis meses más tarde se firmaría un tercer tratado (el de Baden), pero estaría, únicamente, para pulir ciertos flequillos que habían quedado pendientes en Utrecht y en Rastatt.

En aquel acuerdo, Luis XIV de Francia retornaba a varios principados independientes del Sacro Imperio Romanogermánico, todas las tierras que sus ejércitos habían ocupado en el transcurso del conflicto en la orilla derecha del río Rin. Y, en nombre de su nieto Felipe V de España entregaba al archiduque a Carlos VI de Austria, los Países Bajos hispánicos —la actual Bélgica— (que habían sido el principal gasto de guerra —económico y humano— de la monarquía hispánica durante los siglos XVI y XVII), las posesiones hispánicas de Milán y Mantua, y Cerdeña y Nápoles (estados de la antigua Corona catalanoaragonesa). También cedió Sicilia (estado catalanoaragonés) al ducado independiente de Saboya.

Catalunya quedaba, definitivamente, sola en la guerra, contra el eje borbónico París-Madrid (las coronas francesa y española), hasta aquel momento las dos primeras potencias del mundo. No obstante, franceses y españoles, aunque ya habían quedado con las manos libres de los diversos frentes del conflicto y pudieron emplear todos los recursos en la guerra de los Catalanes (1713-1714), tardaron —todavía— seis meses en derrotar a Catalunya. Después del Tratado de Rastatt, Francia confirmaría su liderazgo como primera potencia mundial, pero la España borbónica de Felipe V caería de la segunda a la cuarta posición, cediendo el lugar a las nuevas potencias emergentes europeas: Gran Bretaña y Austria (que, con el transcurso del tiempo, construirían sendos imperios).