Tal día como hoy del año 1291, hace 734 años, las tres grandes órdenes militares (Temple, Hospital y Santo Sepulcro) que habían conquistado y gobernado durante casi dos siglos los Estados de Tierra Santa (1099-1291), perdían San Juan de Acre, la última plaza del reino cristiano de Jerusalén. La caída de Acre se produjo en medio de un paisaje de descoordinación entre las tres grandes órdenes militares y de malas relaciones entre estas y las potencias de la Europa cristiana. Después de la caída de Acre, las tres grandes órdenes quedaron notablemente desprestigiadas.
En aquel contexto de crisis, la Orden de Temple proyectó la creación de un Estado propio a partir de los grandes latifundios que poseía en propiedad en el sur de Catalunya y norte del País Valencià; e iniciaron un proceso de concentración parcelaria que culminaría en 1304 con la compra del feudo de los Anglesola, una familia de nobleza leridana que tenía el control sobre los valles alta y media del río Millars. Aquella compra se efectuó por un importe de 500.000 morabatines, una auténtica fortuna en la época solo al alcance de las cancillerías más ricas del continente.
De esta forma, los templarios unían un amplio territorio de una extensión aproximada de 8.000 kilómetros cuadrados, entre Miravet (al norte) y el desierto de las Palmas (al sur) y entre la línea de la costa (al este) y Mosquerola (al oeste). La capital de este Estado sería Culla (actualmente, una pequeña villa del Alto Maestrazgo valenciano) y el puerto principal sería Els Alfacs, que ya empezaba a apuntar la forma que acabaría teniendo modernamente. Este Estado sería la plataforma de lanzamiento de operaciones militares destinadas a la recuperación del reino de Jerusalén.
Pero cuando las noticias de este proyecto empezaron a llegar a la cancillería de Barcelona, el rey Jaime II se inquietó enormemente, porque vio un tapón que impediría la continuidad territorial entre Barcelona y València. Poco después, Jaime II participaría en la maniobra de persecución de los templarios. Sin embargo, en Catalunya y en los países de la Corona catalanoaragonesa los templarios no fueron exterminados —a diferencia de lo que pasaría a Francia o a Inglaterra— sino que la misma cancillería les confiscaría todos los bienes, pero les procuraría la huida hacia un discreto destierro.