Tal día como hoy del año 1557, hace 465 años, el rey Enrique II de Francia, de la estirpe Valois, firmaba el Edicto de Compiègne; la ley persecutoria más severa, que, hasta entonces, se había promulgado contra las confesiones reformistas francesas. Después de la promulgación de aquel edicto, la espiral de violencia se desbocó. La familia real y las grandes familias nobiliarias del reino (Valois, Borbón, Guisa, Montmorency) se entregaron a un conflicto brutal que tuvo el principal escenario de guerra en Occitania. Compiègne representó el inicio de las hostilidades; y cinco años más tarde, el duque de Guisa (descendiente directo del conde-rey Pedro III) ordenaba la masacre de Wassy, que se saldaría con el asesinato de 23 granjeros calvinistas (1 de marzo de 1562), que marcaría el inicio de la guerra.

Entre 1557 (Edicto de Compiègne, inicio de las hostilidades) y 1598 (Edicto de Nantes, fin de la guerra) se estima que murieron un millón de personas, y otro millón huyó del reino de Francia. Las víctimas de aquel conflicto (muertos y refugiados) eran tanto católicos como calvinistas. De estos refugiados, una parte importante, unos doscientos mil, aproximadamente, cruzaron la frontera francocatalana y se establecieron en el Principat. Según la investigación historiográfica, la inmigración occitana impulsó el salto de Catalunya hacia la modernidad. Los occitanos importaron una cultura de trabajo de raíz protestante; y los catalanes de la época, que hasta entonces eran catalogados como perezosos y violentos; abandonaron sus rutinas tradicionales y entraron de lleno en una dinámica precapitalista.

La inmigración occitana también impulsó la evolución de la lengua catalana. En algunas ciudades del país —como Mataró o como Sant Boi— se convirtieron en el corpus social mayoritario; y en otros —como Cervera, como Manresa o como Barcelona— llegaron a representar el 30% de la población. La lengua occitana era muy similar al catalán; y se produjo un sincretismo que alejó la lengua catalana del resto de lenguas peninsulares; y evitó que el contacto con el castellano (que, en aquel momento, ya dominaba la mitad sur de Aragón) provocara una progresiva asimilación y desaparición (como había pasado con el aragonés). Muchos apellidos actuales son testimonios de aquel fenómeno migratorio: Bertran, Bahía, Quelart, Castillos, Jordán, Ballart, Segalès, Pons o Vergés, entre muchísimos otros, son de origen occitano.