Tal día como hoy del año 1757, hace 265 años, en el marco del conflicto que enfrentaba Gran Bretaña y Francia por el control de la región norteamericana de los Grandes Lagos, se decidió el resultado de la batalla de Fuerte William Henry. Aquella batalla, que se había iniciado el 3 de agosto de 1757 con el asedio del ejército francés sobre el destacamento británico de Fort William Henry (situado en la orilla sur del lago George, en el actual estado norteamericano de Vermont), se decidió a favor de los atacantes. Los franceses consiguieron llegar hasta las paredes del fuerte británico con un lento pero efectivo avance de trincheras en forma de aspa, que les permitió bombardear el fuerte británico cada vez con más fuerza. Los británicos se rindieron y entregaron el fuerte el 9 de agosto de 1757.
La infantería francesa que combatió en aquella batalla estaba formada, principalmente, por los efectivos del regimiento Royal-Roussillon. Este regimiento había sido creado cien años antes (1657) por el cardenal Mazzarino, ministro plenipotenciario de la monarquía francesa de Luis XIV, en las postrimerías de la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59). Aquel regimiento estuvo siempre formado por soldados y oficiales norcatalanes que se enfrentaron a las tropas hispánicas. Concluida la guerra (1659), la monarquía francesa conservó la identidad del regimiento, si bien a partir de 1750 sus comandantes ya no serían catalanes. En la batalla de Fort William Henry, el comandante del Royal-Roussillon era el occitano Louis-Joseph de Montcalm (Nimes, 1712).
La batalla de Fort William Henry fue el bautizo de fuego del Royal-Roussillon en las colonias americanas. Pero aquella importante victoria, que les abría el camino hacia Nueva York, quedó empañada por el comportamiento de los indios iroqueses —aliados de los franceses— que no respetaron los pactos de la capitulación. El día 9, cuando los británicos iniciaron el abandono confiado y pacífico del fuerte, los iroqueses les atacaron por la retaguardia, causándoles centenares de muertes, sobre todo mujeres y criaturas desarmadas que no se podían defender. Montcalm intentó evitar aquella masacre, pero no había contado con que en las culturas indígenas americanas no se contemplaba la rendición si no venía acompañada de la esclavización de los derrotados.