Tal día como hoy del año 1492, hace 532 años, en Granada (una de las cuatro sedes de la corte itinerante hispánica), los reyes Fernando II de Catalunya y de Aragón e Isabel I de Castilla y de León promulgaban el Decreto de la Alhambra, que obligaba a la comunidad judía de los dominios peninsulares de la monarquía hispánica a convertirse al cristianismo o a emprender el camino del exilio. En ese decreto, se fijaba como fecha máxima el 31 de julio de 1492. Los judíos que no aceptaran dicha conversión forzada, tenían solo cuatro meses para liquidar —malvender, para ser más exactos— su patrimonio, porque a los que se exiliaban no se les permitía conservarlo. Con ese decreto, también se dictaron disposiciones muy restrictivas para la salida de oro y de plata de la monarquía hispánica.

La expulsión de la comunidad judía peninsular fue la peor crisis humanitaria de la Europa del siglo XV. Las conversiones solo se produjeron entre los segmentos extremos de la sociedad judía de la época (la élite de la comunidad, a la que no le convenía liquidar su patrimonio, y los más humildes, que no tenían recursos para pagar el billete de la expulsión). En cambio, las "clases medias" del mundo judío peninsular emprendieron el camino de la Diáspora. De los países de la Corona castellanoleonesa salieron más de 100.000 personas —que serían denominados sefardíes y que conservarían la lengua castellana medieval— y de la Corona catalanoaragonesa, unas 20.000 —que serían denominadas katalanim y que conservarían la lengua catalana medieval—.

De Catalunya solo salieron unas 8.000 personas, de las 60.000 que se estima que formaban la comunidad judía catalana (un 15% de la población catalana). La mayoría se estableció en Livorno, Roma y Salónica. El resto se convirtieron al cristianismo, adoptaron los apellidos de sus padrinos de bautizo (generalmente vecinos cristianos viejos con los que mantenían una buena relación personal y familiar) y se mestizaron con la población cristiana vieja. Los descendientes de esos judíos catalanes medievales forman parte de la sociedad contemporánea catalana. Muchos perdieron la conciencia de su origen judío, pero una minoría conservaron en secreto dicha identidad y, durante generaciones, la revelaron y transmitieron en el lecho de muerte del patriarca familiar.