Tal día como hoy del año 1602, hace 421 años, en Pescina (un pequeño pueblo próximo a Roma que, en aquel momento, formaba parte del reino de Nápoles); nacía Guilio Raimondo Mazzarino, que en el transcurso de su vida sería cardenal de la Iglesia católica, diplomático al servicio de la cancillería pontificia y primer ministro de Luis XIV de Francia. Mazzarino fue el relevo de Richelieu, también cardenal, y durante su gobierno (1642-1661), la monarquía francesa dio apoyo a los revolucionarios catalanes en la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59). También, durante su gobierno, la monarquía hispánica cedió el liderazgo continental a Francia y, como consecuencia, entregó varios territorios a Versalles, como la Catalunya Nord.

Mazzarino había nacido en una familia de la nobleza local —pero de origen siciliano— muy vinculada a los Colonna, una de las principales familias de Roma. Eso explicaría que, a pesar de haber nacido en un territorio del edificio político hispánico, acabara sirviendo a los intereses de otra potencia de la época. Tuvo una esmerada educación seglar. No cursó nunca estudios eclesiásticos, aunque, muy posteriormente, sería nombrado cardenal. Al completar sus estudios, hizo carrera como oficial de los ejércitos papales y participó en la campaña de ocupación pontificia de la Valltellina (en los Alpes) dirigida a impedir la propagación de las iglesias reformistas hacia la península italiana. Después se incorporó a la cancillería pontificia, donde destacaría como diplomático.

El buen oficio de Mazzarino llamó la atención de Richelieu, primer ministro de Francia, que lo incorporaría a su equipo de gobierno y lo nombraría su sucesor. Durante su gobierno, se convirtió en el segundo hombre más rico de Francia —después del rey— y en uno de los más ricos de Europa. En su testamento se relacionaba un patrimonio de treinta millones de libras (el equivalente a unos treinta mil millones de euros) que había amasado con la especulación de los fondos públicos y con las comisiones que le pagaban los proveedores del ejército. Su relación con las autoridades catalanas fue buena, hasta la conclusión de la Guerra de los Treinta Años (1648), cuando renunció a mantener la alianza catalano-francesa y se contentó con el control sobre el Roselló.