Tal día como hoy del año 1646, hace 379 años, en Venecia (entonces capital de la Serenísima República de Venecia), nacía Elena Lucrezia Cornaro, que treinta y dos años después (1678) se convertiría en la primera mujer de la historia que obtenía un doctorado en filosofía. Elena Cornaro nació en el palacio Lorendan, también llamado Ca’ Lorendan, situado al paso del Gran Canal por el sestiere (barrio) de San Marco (muy cerca del puente de Rialto), y era la tercera hija de la pareja formada por Giovanni Battista Cornaro, tesorero (ministro de finanzas) de la república veneciana, y Zanetta Boni, que, según las fuentes, era una chica bellísima pero de un origen muy humilde. Las diferencias sociales no les permitieron casarse hasta 1656, por lo que Elena nació ilegítima.
No obstante, Giovanni y Zanetta crearon un hogar familiar convencional y criaron y educaron a sus hijos como cualquier otra familia aristocrática de la ciudad. Elena, desde muy joven, dio muestras de una gran capacidad intelectual y sus padres le procuraron una formación de gran nivel. A los dieciocho años (1664) obtuvo el título académico Oraculum Septilingue, que acreditaba su dominio de las lenguas latina, griega, hebrea, árabe, francesa e italiana. Y a los diecinueve años (1665) tomó los hábitos de oblati benedettini (laico que se ofrece a Dios sin profesar los votos de una orden religiosa), condición que, en aquel contexto histórico, se imponía a las mujeres que querían cursar una carrera universitaria.
En Padua, Elena estudió teología, pero, en la recta final de la carrera (1677), Gregorio Barbarigo, obispo de Padua, se negó a examinarla por su género. La Universidad de Padua buscó una solución y Elena —después de cursar un año académico adicional— se presentaba ante el tribunal examinador para defender —en latín y durante una hora— su tesis sobre lógica aristotélica (1678). En aquel acto estuvieron presentes sus padres y varios profesores de las universidades de Bolonia, Perugia, Roma y Nápoles. Al acabar, Carlo Rinaldi, rector de la Universidad, y Felice Rotondi, tutor de los estudios de filosofía, le impusieron la corona de laurel, el anillo y la muceta de armiño, que la acreditaban como doctora universitaria.