Tal día como hoy del año 1855, hace 163 años, moría en Madrid el compositor de ópera catalán Ramon Carnicer i Batlle; que pasaría a la historia por el truculento suceso (1827) que lo llevó a trabajar, detenido por orden del rey Fernando, en la dirección de los teatros de la corte madrileña. Carnicer, nacido en Tàrrega (Urgell) el año 1789, había hecho una carrera fulgurante que lo había convertido en una de las principales figuras operísticas de Europa. A los siete años (1796) había ingresado por oposición al coro de la catedral de la Seu d'Urgell. Y a los diecisiete años (1806) se trasladaría a Barcelona, sería formado por los maestros de capilla de la catedral y entraría en contacto con las figuras más relevantes del panorama operístico continental.

El año 1815, con sólo veintiséis años, sería comisionado por la junta de accionistas del Teatro de la Santa Cruz (actual Teatro Principal de la Rambla), en Barcelona —entonces la institución operística más prestigiosa del Estado español— para viajar a Italia y contratar la mejor compañía posible. Poco después, con veintinueve años (1820) ya ocupaba la dirección del Teatro. El año 1823, con el fin del Trienio Liberal, se vio obligado a exiliarse en París con su familia. La estancia en París —entonces capital mundial de las artes— no tan sólo le permitiría completar su formación, sino que también viajar por toda Europa contratado por los mejores teatros del continente. Entre 1826 y 1827 residió en Londres dirigiendo varios teatros. Allí compondría, por encargo, el himno nacional de Chile.

Cuando la situación política española se normalizó (1827), fue reclamado de nuevo para dirigir el Teatro de la Santa Cruz. Al llegar a Barcelona, recibió una carta del rey Fernando VII, ofreciéndole la dirección de los madrileños Teatro de la Cruz y Teatro del Príncipe. La negativa de Carnicer fue resuelta por el rey con el uso de la fuerza: con el pretendido cargo de desobediencia, ordenó su detención y traslado a una penitenciaría de Madrid. Y una vez encarcelado no le permitió obtener la libertad si, previamente, no aceptaba dirigir los teatros cortesanos madrileños. Finalmente, obligado por las circunstancias, acabaría dirigiendo aquellos teatros durante siete temporadas; y una de las primeras normas modernizadoras que impondría sería la prohibición de tocar con la capa puesta.