Tal día como hoy del año 1930, hace 94 años, en París, moría el general Miguel Primo de Rivera (Jerez de la Frontera, Andalucía, 1870), que había sido el jefe visible del golpe de Estado militar (1923) que puso fin a medio siglo de régimen constitucional (1874-1923). Acto seguido, se convertiría en el presidente del Gobierno del régimen dictatorial surgido de dicho golpe de Estado (1923-1930). En esa operación contó con el apoyo entusiástico del rey Alfonso XIII, que se convertiría en el jefe de Estado de la monarquía dictatorial española (1923-1931), y de las oligarquías económicas de Madrid, el País Vasco, Andalucía y Catalunya (destacados miembros de la Lliga Regionalista que después pretextarían haber sido engañados).

Primo de Rivera perpetró ese golpe de Estado con el pretexto de acabar con el fenómeno del pistolerismo (aunque él, desde su cargo de capitán general de Catalunya, había consentido —e incluso alimentado— la violencia de los pistoleros de la patronal) y de culminar la guerra de colonización del Rif (norte del actual Marruecos), iniciada en 1909 y que se había convertido en una trampa en la que habían perdido la vida docenas de miles de soldados de leva y reservistas españoles. Una vez que llegó al poder, disolvió las Cortes españolas, cesó a todos los alcaldes y concejales del Estado español, e intervino y desmanteló la Mancomunitat de Catalunya, el órgano creado en 1914 por Prat de la Riba para conducir a  Catalunya hacia la restauración del autogobierno perdido en 1714.

Transcurridos siete años desde el golpe de Estado (1930), el paisaje político y económico español estaba dominado por el caciquismo y la corrupción atávicos. Y las clases oligárquicas que le habían apoyado, le empezaron a dar la espalda. El propio Alfonso XIII, asustado por el cariz que tomaban los acontecimientos, le retiró su apoyo. Las jerarquías militares siempre lo interpretaron como una traición que no perdonaron nunca, y los rebeldes que ganaron la Guerra Civil (1936-1939) no consintieron que los Borbones recuperaran el trono que habían perdido con la proclamación de la II República (1931). Primo de Rivera, solo y aislado, dimitió y abandonó el territorio español. Murió, de forma solitaria, misteriosa y anónima, en una habitación de un hotel de París.