Tal día como hoy del año 1859, hace 165 años, en Viena, moría Klemens von Metternich, que había sido el político más destacado del imperio austro-húngaro y uno de los más destacados del continente europeo durante la primera mitad del siglo XIX. Metternich se había iniciado en la diplomacia y había jugado un papel importante como embajador del imperio austro-húngaro en París durante la primera fase de las guerras expansivas napoleónicas (1806-1809). Pero allí donde alcanzaría un extraordinario protagonismo sería como líder del equipo negociador austrohúngaro en el Congreso de Viena (1814-1815), en el que participaron las potencias que habían combatido y derrotado el primer imperio francés de Napoleón (Austria-Hungría, Rusia, Prusia, y Gran Bretaña).

Aquellos acuerdos representaban una importante involución política. Las potencias que habían derrotado el primer imperio francés se conjuraron para reinstaurar los regímenes absolutistas que habían sido derrocados por contagio de la Revolución Francesa, y para impedir el estallido de nuevos episodios revolucionarios. Otra consecuencia de aquellos acuerdos sería el retorno al dibujo del mapa de Europa anterior a la Revolución Francesa (1789) y a las guerras napoleónicas (1804), que truncaba las aspiraciones de las naciones sin estado de constituirse como sujetos políticos. Los procesos de unificación de Italia, o la independencia de Bélgica, de Chequia, de Bohemia, de Eslovenia, de Polonia o de Irlanda, serían ahogados y tardarían décadas en revivir y materializarse.

Pocos meses antes del inicio del congreso, Metternich había conseguido que las potencias antinapoleónicas obligaran a Francia a devolver los territorios ganados entre 1804 y 1814. El 10 de marzo de 1814 el ejército bonapartista en Catalunya, forzado por la presión internacional, abandonaba el país y las potencias de Viena reubicaban la frontera hispanofrancesa en los Pirineos. Doce días más tarde, el 22 de marzo de 1814, Fernando VII, que nunca habría querido retornar a España, entraba en Figueres, camino de Madrid, obligado por Metternich. Durante seis años (1808-1814), Catalunya había formado parte del primer imperio francés y había vivido una primavera política, cultural y económica, que, con el retorno a la España borbónica, se desvanecía totalmente.