Tal día como hoy del año 1929, hace 95 años, en Madrid, moría María Cristina d'Habsburgo-Lorena (Gross, Austria, 1858), que había sido reina consorte como esposa del rey Alfonso XII (1879-1885), reina viuda y regente durante la minoría de edad de su hijo Alfons XIII (1885-1902), y reina madre hasta su muerte (1902-1929). Durante su regencia, tuvo que firmar la rendición española en la guerra de Independencia cubana (1895-1898), y el Tratado de París (1898), por el cual España entregaba la posesión de sus tres últimas colonias de ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) a los Estados Unidos. María Cristina (no confundir con su abuela política y antecesora María Cristina de Borbón) pasaría a la historia como la monarca que enterró el imperio español en el continente americano.

En la política interna tampoco tuvo una gestión acertada. La prensa de la época la consideró una "reina de pocas luces", por su limitadísima capacidad intelectual y porque no manifestaba ningún interés por el trabajo que le correspondía como regente. Siempre estuvo manipulada por los dos grandes líderes políticos de la España de su época: el conservador Cánovas del Castillo y el liberal Sagasta. Algunos de sus biógrafos justifican esta desidia por su carácter tímido e introvertido, que se agravaría a medida que se visibilizaban las relaciones extramatrimoniales y los hijos ilegítimos de su marido. Alfonso XII, durante los seis años que estuvo casado con María Cristina (1879-1885) tuvo tiempo de mantener dos relaciones extramatrimoniales y de engendrar un mínimo de dos hijos ilegítimos.

Su relación con Catalunya fue conflictiva. Aunque, en su calidad de reina regente (1885-1902), ostentaba la categoría de jefe de estado, en ningún momento fue capaz de detener la oleada de terror policial y militar que desplegó el aparato gubernativo español contra el movimiento obrero catalán, con detenciones, torturas y asesinatos en las comisarías y en los cuarteles, o con crímenes de falsa bandera, como el atentado de la calle de los Canvis Nous, a Barcelona, (1896), que se saldó con 12 muertos y 70 heridos (la mayoría niños y niñas). Tampoco fue capaz de detener la presión fiscal discriminatoria contra el tejido productivo catalán, que impuso el Gobierno después de la pérdida de las últimas colonias de ultramar, y que desembocaría en la crisis del Cierre de cajas (1899), la primera gran movilización popular del catalanismo.