Tal día como hoy del año 1814, hace 210 años, en París, moría el doctor Joseph-Ignace Guillotin, que en el transcurso de su vida había sido un activo diputado del régimen revolucionario francés (1789-1791) y había ejercido la presidencia del Comité de Salubridad, un equivalente a ministro de Interior (1789-1791). Durante el ejercicio de su responsabilidad ministerial, introdujo y generalizó el uso de la guillotina para las ejecuciones de los condenados a muerte.

Aunque no era el inventor de aquel artefacto, al implantarlo por todos los cadalsos de ejecución de la Francia revolucionaria, la sociedad de la época pasó a llamar a aquella máquina de matar con una derivación de su apellido. Posteriormente, durante décadas, los descendientes del doctor Guillotin intentaron que aquel artefacto fuera denominado de otra manera, pero como que no lo optaron para cambiarse el apellido.

Joseph-Ignace Guillotin había nacido el año 1738 en la villa de Saintes (entonces provincia del Saintonge). Esta villa está cerca del estuario del Garona, pero queda en el margen derecho, de habla francesa, diferenciado del margen izquierdo, históricamente de habla occitana. De hecho, muchos lingüistas consideran el país de Saintonge como la cuna de la lengua francesa. Guillotin, antes de dedicarse a la política, había estudiado en Burdeos y en Reims y había sido profesor universitario de literatura en Burdeos y de medicina en París.

Sus biógrafos defienden que propuso el uso de la guillotina porque estaba convencido de que era un método de ejecución más humano y menos doloroso, y que podía ser el primer paso hacia una eliminación de la pena de muerte. Por este motivo propuso que las ejecuciones dejaran de tener un carácter de espectáculo público y se llevaran a cabo en lugares más discretos (los patios de las prisiones). Mientras tanto, intentó que se prohibiera la asistencia de los niños a las ejecuciones.

Guillotin no consiguió ninguno de sus propósitos, y la guillotina, sencillamente, pasó a sustituir la horca como elemento central de las grandes ejecuciones públicas. Por ejemplo, las ilustraciones de la ejecución del rey Luis XVI (1793), muestran una plaza de la Revolución (actualmente plaza de la Concordia) llena a reventar. Finalmente, murió en 1814, cuando el Imperio francés que había creado el régimen bonapartista tocaba campanas de réquiem. No murió guillotinado, sino a causa de un ántrax maligno.