Tal día como hoy del año 1287, hace 736 años, en Tarragona, moría Bernat de Olivella, que había sido diplomático al servicio de la cancillería de Barcelona, y que había sido arzobispo de Tarragona. Bernat de Olivella obtuvo autorización del pontificado para que los arzobispos-cardenales de Tarragona, como continuadores de la tradición tarraconense (la sede primada más antigua de la península, que remontaba su existencia a los últimos siglos de la época romana); y como máximas autoridades eclesiásticas de la Corona (en aquel momento València, Zaragoza y Barcelona no pasaban de la categoría de obispado); pudieran ungir (coronar) a los soberanos catalanoaragoneses, como en Francia lo hacían los arzobispos de Reims desde el siglo IX.

En aquel contexto histórico, aquel ceremonial tenía mucha importancia, porque legitimaba delante del mundo a los soberanos de Barcelona, que habían obtenido la independencia respecto del poder francés de forma unilateral y no pactada casi tres siglos antes (987). Aunque las cancillerías de París y de Barcelona habían firmado el Tratado de Corbeil (el reconocimiento francés a la independencia catalana, 1258), la ceremonia de ungir al rey lo legitimaba espiritualmente (como personaje elegido por la divinidad) y políticamente (como estamento que aspiraba al monopolio del poder). La maniobra de Olivella se inscribe en un proceso de recuperación de la autoridad real (disminuida desde la Revolución Feudal del siglo X) en perjuicio de las aristocracias militares y terratenientes.

Jaime II, hijo de Pedro II y nieto de Jaime I, sería el primer rey catalanoaragonés que sería ungido por el arzobispo-cardenal de Tarragona (1291). Jaime II ya es un rey con un perfil autoritario. Pero la auténtica medida del autoritarismo real la daría Pedro III, nieto de Jaime II y coronado y ungido en 1336. Pedro III ya es el prototipo del rey de ideología preabsolutista, que se enfrentó y que derrotó las diferentes rebeliones nobiliarias que estallaron durante su reinado por sus políticas autoritarias: las uniones de Aragón y de València. Precisamente, sería durante el reinado de Pedro III que se produciría el primer ataque orquestado contra los principales aliados de la corona: en 1348, un grupo de nobles valencianos atacó y destruyó la judería de Sagunt.