Tal día como hoy del año 1157, hace 865 años, en el desfiladero de Despeñaperros (entonces califato almohade de Sevilla); moría el rey Alfonso VII de León, de Galicia y de Castilla. Alfonso VII murió repentina e inesperadamente durante el viaje de retorno de una campaña de obtención de botín al territorio musulmán del valle del Guadalquivir. Aquel hecho tendría una gran trascendencia porque era el monarca más poderoso de la península Ibérica. Sus dominios abarcaban la cornisa cantábrica (desde Vizcaya hasta Galicia), la cuenca del Duero, y el valle de la orilla derecha del Tajo. Por este motivo se intituló "Imperator Totis Hispania" (emperador de todas las Españas). Pero después de su muerte, sus dos hijos se repartieron el reino, separando León y Castilla.

Alfonso VII estaba casado con Berenguera de Barcelona, hija de Ramón Berenguer III, conde independiente de Barcelona. A través de Berenguera, las cancillerías de León y de Barcelona construyeron una relación muy estrecha que contrastaba con la actitud agresiva y hostil que el leonés mantenía con Navarra y con Aragón. Alfonso VII reclamaba sus derechos sobre estas coronas, y cuando el rey aragonés Alfonso el Batallador murió sin descendencia (1134) ocupó La Rioja (que formaba parte de Navarra) y Zaragoza (la principal ciudad de Aragón). No se retiró de Zaragoza hasta que su cuñado Ramón Berenguer IV, conde independiente de Barcelona, vio confirmada su condición de hombre principal de Aragón, por donación del rey aragonés Ramiro II (1150).

Durante los gobiernos de Alfonso VII y de Ramón Berenguer IV, las cancillerías de León y de Barcelona intensificaron su relación. Hasta el extremo que pactaron las respectivas zonas de proyección hacia las regiones ocupadas por los musulmanes. Aquel pacto, denominado Tratado de Tudillén (1151), contemplaba que los catalanes ocuparían la totalidad de los valles de los ríos Júcar y Segura; desde su nacimiento hasta su desembocadura. Eso sería los territorios de los actuales País Valencià; Murcia; las provincias castellanomanchegas de Cuenca y albaceteñas, y el extremo norte y nordeste de las provincias almerienses, de Jaén y de Granada. Posteriormente a la muerte de Alfonso VII y de Ramón Berenguer IV, aquel tratado sería objeto de varias revisiones.