Tal día como hoy del año 1031, hace 1.090 años, en Córdoba (entonces capital del califato de Al-Andalus) estallaba una rebelión urbana de formidables proporciones que, en cuestión de horas, pondría fin al reinado del último califa andalusí Hisham III. A última hora del día, el califa y su gobierno escaparon de la capital andalusí en dirección a la Frontera Superior (la región más septentrional del califato, que se extendía sobre el valle del Ebro) y consiguieron refugio en Lleida (la ciudad situada en el extremo más nororiental del territorio andalusí), donde fueron acogidos y donde Hisham III acabaría muriendo pasados cinco años, sin haber conseguido volver a Córdoba y recuperar su trono.

Inmediatamente después de la huida de Hisham III (1031), el califato entraría en un periodo de descomposición que culminaría con su fragmentación. Durante el exilio de Hisham III (1031-1036), Larida fue la capital legitimista del califato andalusí, pero poco después de la muerte del último califa (1036) se convirtió en centro de un emirato independiente gobernado por la familia oligárquica local de los Banu-Hud. La taifa de Larida viviría etapas alternas de independencia y de dependencia con respecto a las taifas de Saraqusta (Zaragoza) y Turtuixa (Tortosa) hasta que fue conquistada e incorporada al condado independiente de Barcelona por el conde Ramón Berenguer IV (1149).

Entre 1031 y el 1149 Larida era una pequeña ciudad de unos 10.000 habitantes profundamente arabizada e islamizada, con una traza urbanística y arquitectónica genuinamente andalusí. El árabe era la lengua de la cultura y del poder, pero las fuentes documentales revelan que la inmensa mayoría de la población, de remoto origen hispano-romano, hablaba una kharcha local: un sincretismo entre el latín vulgar anterior a la llegada de los musulmanes y el árabe y el tamazight de los invasores. Posteriormente a la conquista de Ramón Berenguer IV (1149), no quedaría ningún testigo de aquel pasado. La ciudad fue rehecha de nuevo y la población islámica local fue confiscada y expulsada.

Los viejos pobladores de la ciudad y de su territorio iniciaron el camino hacia el sur peninsular y la nueva Lleida cristiana y catalana fue repoblada por miles de colonos procedentes de los condados de Barcelona, de Urgell y de Ribagorça, y en menor medida del pequeño reino de Aragón. En el reparto de la ciudad, a los barceloneses les correspondió la zona de la colina de la Seu, sobre el actual barrio de Sant Martí; a los urgelleses, la costa entre la colina y el arenal del río, sobre la actual parte histórica de la ciudad; a los ribagorzanos, la falda nororiental de la colina sobre el actual barrio de la Magdalena; y un pequeño contingente de aragoneses repobló la zona extramuros sobre el actual barrio de Pardinyes.