Tal día como hoy del año 1744, hace 278 años, en la catedral de Santa Maria de València, sede del arzobispado de València, y en el transcurso de la celebración de un oficio religioso, la reliquia del Santo Cáliz (considerada la pieza litúrgica de más valor del templo y de la archidiócesis) se cayó, accidentalmente, de las manos del canónigo Vicent Frigola al suelo y se rompió en dos partes. Tanto los religiosos oficiantes como la feligresía congregada interpretaron aquel hecho como una advertencia apocalíptica y se generó una psicosis colectiva que invadió todos los estamentos sociales de la ciudad.

El Santo Cáliz de València era una reliquia que el conde-rey Alfonso el Magnánimo había regalado a la ciudad el año 1437. Según la tradición, es el recipiente con el cual Jesús de Nazaret administró el sacramento de la Eucaristía a sus discípulos la última noche que se reunieron (año 33). Aunque el Vaticano la considera una reliquia, este origen no ha sido demostrado, y aparentemente es una pieza fabricada durante la edad media en algún taller de orfebrería del Próximo Oriente; que, como tantísimos otros objetos de la época catalogados como reliquias, formó parte de un lucrativo comercio.

Las profecías apocalípticas no se cumplieron. Pero, según las fuentes documentales de la archidiócesis valenciana, el canónigo Vicent Frigola sufrió un susto que se transformó en una depresión que le acabaría causando la muerte pocos días después. Es la única víctima conocida de aquel hecho. También las fuentes documentales archidiocesanas afirman que el Santo Cáliz fue reconstruido pocas horas después por un reputado orfebre de la ciudad, pero que, después de aquel incidente, esta reliquia sería depositada sobre una ménsula dentro del retablo gótico del altar mayor, como un objeto de culto.