Tal día como hoy del año 1709, hace 310 años, moría en Toledo (Corona castellano-leonesa) Luis Fernández-Portocarrero y Bocanegra-Guzmán, que había sido uno de los personajes más poderosos e influyentes de la monarquía hispánica a finales de la centuria de 1600 y a principios de la de 1700; coincidiendo con el cambio de dinastía en el trono de Madrid. El año 1699, a la muerte ―en extrañas circunstancias― del infante José Fernando de Baviera, inicialmente designado heredero de Carlos II (el último Habsburgo), se convirtió en jefe del partido cortesano borbónico.

Desde su poderosa posición de arzobispo de Toledo y cardenal primado de las Españas y, en consecuencia, como titular del cargo asociado a aquella dignidad de canciller mayor de Castilla (un equivalente a ministro de Justicia), dirigió una poderosa y sórdida trama cortesana con el propósito de entronizar a Felipe de Anjou (el futuro Felipe V). Portocarrero dejaría escrito que el partido borbónico de la corte madrileña se había inclinado por un candidato procedente de un estado centralista y absolutista, para preservar la unidad de la monarquía hispánica.

Sin embargo, se apunta a que el último testamento de Carlos II, que Portocarrero habría redactado (o que habría colaborado en su redacción), es falso, porque el trazo firme de la firma del rey no se corresponde al de una persona moribunda que había perdido toda su capacidad motriz. Por este motivo, a Portocarrero se le consideraría el autor o uno de los autores de un testamento de sospechosa validez, que comportó un cambio de dinastía (1700) y una larga guerra (1705-1715), que se saldaría con la destrucción del sistema político y del aparato de producción de los estados de la Corona catalano-aragonesa.

Portocarrero no fue nunca recompensado por sus servicios. Felipe V, que temía su capacidad de intriga, lo apartó de la corte y lo nombró virrey de Catalunya (1701-1703); uno de los cargos menos deseados por las clases cortesanas, a causa de la tradicional conflictividad entre la monarquía hispánica y las instituciones catalanas. Despechado por lo que él consideró que era un desprecio mayúsculo, se cambió de bando y dio apoyo al, entonces, clandestino partido austriacista catalán. Desenmascarado por agentes borbónicos, moriría desterrado en su mitra de Toledo, sin conocer el resultado de la guerra.