Tal día como hoy del año 1939, hace 83 años, las tropas del XV cuerpo del ejército rebelde franquista y del cuerpo de "Regulares" marroquí, comandados por el general Yagüe (que se había hecho tristemente célebre por el asesinato a sangre fría de 4.000 civiles republicanos en Badajoz, 15/08/1936), entraban en Reus y en Tarragona. Cuando se produjo aquella ocupación, las dos ciudades habían sido parcialmente evacuadas y, pocos días antes (cuando el ejército franquista atravesó el Ebro y ocupó Tortosa, 11/01/1939), habían iniciado el camino del exilio en largas columnas que cubrían a pie el trayecto entre el Camp de Tarragona y la frontera francesa. Aquellas columnas de refugiados serían insistente y salvajemente ametralladas por las aviaciones de los regímenes nazi alemán y fascista italiano, y causaron centenares de víctimas mortales.

Después de la ocupación de Tarragona, las nuevas autoridades franquistas desataron un terrible clima de represión, que conduciría a la detención y encarcelamiento de más de 2.000 personas, que fueron recluidas y amontonadas en condiciones infrahumanas en las galerías subterráneas del Castillo de Pilats, una construcción de la época romana en estado ruinoso. También, después de la ocupación, el cura castrense José Artero ofició una misa en la Catedral, con la presencia obligada de una buena parte de la población de la ciudad, y en su homilía proclamó "Perros catalanes, no merecéis ni el sol que os alumbra". Aquella frase no mereció ni la más mínima crítica de los dirigentes catalanes del nuevo régimen: el nuevo gobernador militar, Antonio Aymat Jordà, o el nuevo gobernador civil y jefe provincial de la Falange, José María Fontana Tarrats.

La Tarragona que ocuparon los franquistas era una ciudad devastada. Entre mayo de 1937 y enero de 1939, la aviación del bando rebelde franquista había perpetrado 144 bombardeos sobre la población civil, que se saldarían con la muerte de 230 personas y 350 heridas graves. Y la destrucción total de 74 edificios y parcial de 552 edificios más, lo cula representaba casi la mitad del parque inmobiliario de la ciudad. Todo eso, sumado al paisaje de terror desatado por la extrema represión que practicaban los nuevos ocupantes, convirtió Tarragona en una ciudad fantasmagórica dominada por las tres emes: miseria, enfermedades y muerte. El punto culminante de aquel paisaje de terror se produciría durante las dos primeras semanas de octubre de 1939, cuando el nuevo régimen fusiló a más de 40 personas diariamente en la montaña de la Oliva.