Tal día como hoy del año 1218, hace 804 años, en Tolosa de Languedoc (entonces condado independiente de Tolosa), moría Simón de Montfort y de Beaumont, que durante los primeros compases de la llamada cruzada albigense (1209-1229) había dirigido los ejércitos franco-pontificios que habían masacrado la población occitana de confesión cátara. Montfort murió durante el asedio franco-pontificio de Tolosa. Según las crónicas de la época, un grupo de mujeres que defendían la muralla con una catapulta tiraron una piedra de grandes dimensiones que descabalgó y dejó inconsciente a Montfort. Según las mismas crónicas, aquella piedra lo alcanzó en medio de la cabeza y le causó graves heridas, que le provocarían la muerte al cabo de pocas horas.

Simón de Montfort, nacido en algún lugar del reino de Francia hacia 1165, se había distinguido por su extrema crueldad. En el transcurso de la cruzada albigense contra los cátaros, se convirtió en uno de los genocidas más destacados del bando franco-pontificio: había ordenado miles de mutilaciones, descuartizamientos y asesinatos en masa. Incluso, en algunas ocasiones había ordenado entierros de personas vivas. Uno de los capítulos más sangrantes de su trayectoria lo escribiría en la villa cátara de Bram (cerca de Carcasona). Después de ocupar la villa, ordenó vaciar los ojos y amputar los brazos de todos sus habitantes, excepto de uno, que lo dejó tuerto a propósito para que exhibiera a los mutilados por la región como una tétrica columna de muertos en vida.

La llamada cruzada albigense fue el pretexto que esgrimieron las cancillerías de París y de Roma para parar la progresiva influencia catalana en Occitania. Cuando estalló la guerra, oportunamente maquillada de conflicto religioso, los condados independientes de Tolosa y de Provenza, y la señoría independiente de Montpellier; gravitaban en la órbita política, militar y económica de la cancillería de Barcelona. De hecho, los condes independientes catalanes, a diferencia del resto de soberanos peninsulares, siempre habían mirado hacia el norte y hacia el mar. No sería hasta la derrota de Muret (1208), en la cual Montfort asesinó al conde-rey Pedro que la cancillería de Barcelona no volvería la mirada hacia el sur peninsular.