Tal día como hoy del año 1643, hace 376 años, en el contexto de la Guerra de los Segadores (1640-1652), la Generalitat enviaba una misiva oficial a Philippe de la Mothe-Houdancourt, lugarteniente de la corona francesa en Catalunya, informándole de que, a pesar de las necesidades que imponía el conflicto bélico, no tenía ninguna autoridad para reclamar y cobrar impuestos en las villas y ciudades de Catalunya. En aquella misiva se le informaba que de conformidad con las Constituciones de Catalunya, título 20 De vectigals, "expressament disposat no ésser lícit ni permès al capità general de sa magestat, que Déu guarde, per si ni per ministres alguns, directament ni indirecte, palés o amagadament, ab qualsevol motiu o potestat, imposar, exhigir ni fer exhigir algun vectigal o impossició ni contribució”.

Precisamente, esta práctica había sido el primer punto de conflicto entre Catalunya y la monarquía francesa cuando al inicio de la guerra ―poco después de la firma del Tratado de Ceret (septiembre de 1640)―, Roger de Bossost, barón de Espenan ―el primer representante francés en Catalunya―, había impuesto, sin autorización, ni siquiera de la cancillería de París, duras contribuciones de guerra a algunas villas catalanas para financiar el gasto militar francés. La iniciativa de Espenan le costaría el cargo ―sería relegado a funciones de espionaje― y sería relevado por Urbain de Maillé, marqués de Brézé, un pariente del cardenal Richelieu (ministro plenipotenciario de Francia) que de esta manera intentaba recuperar la confianza de las instituciones catalanas, y que tomaría cargo de sus funciones a finales de 1641.

Al principio de 1642, restablecida la normalidad institucional, Richelieu sustituyó a Brézé por La Mothe, entonces uno de los militares más prestigiosos de Francia, con el propósito de unificar las armas catalano-francesas y dar un empuje definitivo a la guerra. Durante los primeros meses, La Mothe consiguió importantes victorias militares: derrotó clamorosamente al ejército hispánico en la Granada del Penedès, en Lleida y en Miravet; pero no consiguió rendir la plaza de Tarragona. A pesar de la contundencia de sus victorias, la guerra no avanzaba al ritmo que había previsto París, y a principios de 1643, la parte del armamento, el avituallamiento y las pagas que tenía que abonar la monarquía francesa se empezaban a retrasar. Con aquella misiva, la Generalitat no tan sólo advertía a La Mothe, sino también a la cancillería de París.