Tal día como hoy del año 1711, hace 308 años, en el contexto de la Guerra de Sucesión hispánica (1705-1715), el rey Felipe V —el primer Borbón hispánico— decretaba la creación de la Biblioteca Nacional de España, que, inicialmente, sería ubicada en un edificio situado entre el Real Alcázar —residencia de la corte— y el convento de Encarnación. El fondo inicial fue constituido por la biblioteca personal de Antoni Folch de Cardona, arzobispo de Valencia (en aquel momento exiliado en Barcelona) y miembro del Consejo Real de Carlos de Habsburgo, que había sido expoliada por Rafael de Macanaz (juez borbónico de confiscaciones en el País Valencià y Aragón).

La Biblioteca Nacional de España, creada con el propósito de “renovar la erudición històrica y sacar al aire las verdaderas raíces de la nación y de la monarquia españolas”  se nutrió, inicialmente, con fondos expoliados. En 1712 llegó a la Biblioteca la segunda gran remesa de fondo —más de 20.000 libros y manuscritos— formada por colecciones expoliadas a las instituciones valencianas y aragonesas, y a los prohombres de estos territorios que habían dado apoyo a la causa austriacista. Después de la ocupación borbónico de Catalunya (1714), la siniestra sombra y la tenebrosa mano de Macanaz se proyectarían sobre las bibliotecas y archivos (públicos y privados) del Principado.

El principal ideólogo de aquel proyecto fue el jesuita francés Pierre Robinet, confesor particular que Luis XIV de Francia había impuesto a su nieto Felip V. Las fuentes de la época describen Robinet como un personaje intrigante y conspirador, y uno de los principales elementos del partido cortesano liderado por Marie Anne de la Tremoille, princesa de los Ursins e informadora de Françoise d'Aubigné, marquesa de Maintenon, amante oficial y, posteriormente, esposa secreta del monarca francés. En la última etapa del conflicto sucesorio (1713-1714), denominada Guerra de los Catalanes, el tándem Ursins-Robinet se convertiría en el núcleo duro del poder borbónico español.