Tal día como hoy del año 1647, hace 373 años, en Nápoles, moría asesinado Tomasso Aniello d'Amalfi —conocido popularmente como Massaniello—, líder político del movimiento independentista napolitano. Tomasso Aniello y Rodrigo Ponce de León —señor de Marchena y virrey hispánico de Nápoles— habían convenido una entrevista para confirmar la salida definitiva de la crisis. Tres días antes (13/07/1647), Ponce de León —superado por los acontecimientos— había aceptado algunas reivindicaciones de los independentistas, pero su verdadera pretensión era sobornar a Aniello con el propósito de dividir al partido napolitano y volver al escenario anterior a la crisis. Aniello no lo aceptó, y Ponce de León —siguiendo las indicaciones del rey hispánico Felipe IV— activó un plan alternativo.

La Revolución Napolitana tenía muchos elementos en común con la Revolución catalana de los Segadores (1640). Tan sólo las separaban siete años. Sin embargo, como en el caso catalán, había estallado por la presión tributaria más que abusiva que había impuesto la administración hispánica; y por los abusos y los crímenes cometidos por los Tercios de Castilla contra las personas que protestaban. Según la historiografía italiana, el 16 de julio de 1647, Aniello, después de la entrevista con Ponce de León, salió a las calles de Nápoles para parar una facción violenta de falsa bandera que, aprovechando el estado de protesta general, saqueaba y asesinaba impunemente. Estos incontrolados lo acusaron de connivencia con el virrey Ponce de León y lo apedrearon hasta causarle la muerte.

En cambio, una parte de la historiografía española discrepa de la tesis italiana, y sostiene que Aniello no salió a las calles a parar a los violentos porque Ponce de León, personalmente, lo habría asesinado después de rechazar el soborno. En cualquiera de los casos, la muerte de Aniello, lejos de calmar las protestas, alimentó una espiral de violencia que culminaría con la proclamación de la República Napolitana (1647). También, como en el caso de la Revolución catalana, el nuevo líder independentista Enric de Guisa orientó su política buscando la protección militar de la monarquía francesa. Finalmente, y también como en el caso catalán, se produjo una división del movimiento entre republicanos (clases populares) y profranceses (oligarquías), que la condenaría al fracaso (1648).