Tal día como hoy del año 1612, hace 409 años, el rey Felipe III (denominado "el Piadoso" y tercer monarca de la estirpe Habsburgo hispánica) firmaba un Real Privilegio que convertía las corridas de toros en espectáculos públicos plenamente reconocidos por la ley. Hasta entonces, las corridas tenían un formato diferente del actual: eran exhibiciones semiclandestinas en los alrededores de los mataderos protagonizadas por los matarifes y dotadas de ciertos rituales; que reunían a un público deseoso de contemplar el esperpéntico espectáculo de sacrificio de los toros salvajes destinados al consumo de carne.

A partir de la promulgación del Real Privilegio, aquellos tétricos espectáculos se trasladaron al centro de las ciudades y, generalmente, se llevaban a cabo coincidiendo con la celebración de las fiestas locales. Las primeras grandes corridas de toros legales se organizaron en Castilla y en Andalucía, pero rápidamente se extendieron a Portugal, al País Valencià y a la América colonial. En algunos casos, incluso, se organizaron corridas de toros para celebrar las bodas reales o los nacimientos de los infantes de la casa real y, generalmente, eran sufragadas por las oligarquías nobiliarias locales.

En los Països Catalans, las primeras grandes corridas de toros están documentadas en el dietario de monseñor Pere Joan Porcar, presbítero beneficiado de la iglesia parroquial de Sant Martí y de Sant Antoni, en València. En 1626, año de inicio de la gran bancarrota de la monarquía hispánica que conduciría a las revoluciones de Catalunya y de Portugal (1640), relata que se organizó una gran corrida en un recinto efímero y de planta irregular emplazado delante del edificio de la Llotja, y organizada por el marqués de Dosaigües, para celebrar el fin de un conflicto que mantenía con el rey Felipe IV.

Porcar relata que Dosaigües y sus "picaderos" salieron a la "plaza" a caballo, armados con picas, espadas y hachas y que, antes de atacar al toro, le "lanzaron" los perros que lo "destriparon" a mordiscos hasta dejarlo herido de muerte. Porcar relata, también, que aquel brutal espectáculo congregó a una gran multitud y que cuando fueron retirados los perros (los que habían sobrevivido a las cornadas del toro) y entraron en acción los "picaderos" a caballo, una parte del público aplaudió con entusiasmo, y otra quedó conmocionada.