Tal día como hoy, hace 357 años, las monarquías española y francesa firmaban el Tratado de los Pirineos. Este tratado ponía fin a un conflicto bélico de 41 años que había concluido con el relevo en la supremacía europea. Los Habsburgo hispánicos dejaban paso a los Borbones franceses. Pero también redibujaba el mapa de Catalunya y de Europa. En aquel tratado los españoles cedían a los franceses la soberanía sobre los antiguos condados del Rosselló y parte del de la Cerdanya –la cuna de Catalunya–; que quedaban directamente incorporados al patrimonio real de los Borbones. Saltándose todos los tratados anteriores que prohibían al rey español fragmentar Catalunya.

En aquellas negociaciones los franceses priorizaban incorporar Guipúzcoa a sus dominios. Su situación geográfica –el Atlántico había desplazado al Mediterráneo como centro de gravedad mundial– y sus infraestructuras –el potente sistema de puertos y de astilleros de las villas guipuzcoanas– la hacían, a ojos de los franceses, más atractiva que los viejos condados catalanes del norte. Por otra parte –insistiendo en el pretexto de las fronteras naturales– las crestas de los Pirineos bordean Guipúzcoa por el sur y por el este, aislándola de Navarra y de Álava. Que es lo mismo que decir de la península Ibérica.

Pero los españoles tenían un especial interés en castigar Catalunya. La revolución independentista y la alianza catalano-francesa habían enfadado a las élites castellanas. "Traición con traición se paga", fue la divisa española. Con la complicidad francesa. Una estrategia conjunta que perseguía eliminar de raíz el problema catalán. Francia –que tenía la sartén por el mango– retiraba la tutela militar que había prestado a la República catalana. El Principat, devastado por la guerra, se reintegraba a la corona hispánica con una semi-independencia política y fiscal muy recortada. Y como pago, España obsequiaba a Francia la cuna de Catalunya. Que, a diferencia de Gibraltar, nunca ha sido reclamada la devolución.