Tal día como hoy del año 1535, hace 487 años, en Londres; el rey Enrique VIII de Inglaterra ordenaba la decapitación del cardenal John Fisher, que había sido el confesor de su esposa, la reina Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos); y uno de los principales opositores a la creación de la Iglesia de Inglaterra. La decapitación del cardenal Fisher se contextualizaba en un escenario de conflicto político y militar: el reequilibrio de los pesos en la Europa central y atlántica, oportunamente maquillados por la cuestión religiosa. En aquel caso, por una parte, el régimen de los Tudor (Enrique VIII), que estaban poniendo los cimientos de la potencia marítima y militar inglesa; y por la otra, el régimen de los Habsburg hispánicos (Carlos de Gante); que, a finales del siglo anterior (siglo XV) habían alcanzado la categoría de primera potencia continental.

En aquel escenario cambiante, la cancillería de la monarquía católica hispánica había casado a Catalina (Alcalá de Henares, 1485) —quinta hija de los reyes Fernando e Isabel— con el heredero en el trono inglés, Arturo (Winchester, 1486). A pesar de la prematura muerte de Arturo (1502); la alianza hispano-inglesa sustentada sobre aquel matrimonio no se disipó; y Catalina fue casada, de nuevo, con el hermano pequeño del difunto príncipe de Gales, Enrique (Greenwich, 1491); que se convertiría en Enrique VIII (1509). Por lo tanto, el divorcio de Enrique VIII y Catalina (1533) representaba la ruptura de la alianza política hispano-inglesa, forjada con el propósito de aislar Francia. La cuestión religiosa entraría en juego a partir del momento en que el pontífice Pablo III (Alessandro Farnese —presionado por la cancillería hispánica— desautorizó el divorcio.

John Fisher, junto con Thomas More, fue acusado de traición al rey (que equivalía a decir, de traición al estado) y fue encarcelado en la Torre de Londres; juzgado y condenado a morir decapitado. La desaparición de Fisher representaría un durísimo golpe para la reina Catalina, que no tan solo perdió a su confesor, sino también su principal aliado político, y uno de los principales valedores de la alianza hispano-inglesa. La historiografía inglesa ha visto este núcleo opositor, no tanto como unos agentes al servicio de la monarquía católica de los Habsburg —como podría parecer, a primera vista; sino como unos conspiradores contra el régimen de los Tudor (que habían llegado al trono con el apoyo de las clases mercantiles locales); y partidarios de la extinta estirpe York, que habían representado el poder de los barones feudales.