Tal día como hoy del año 1700, hace 320 años, en El Real Alcázar de Madrid, se hacía público que la noche anterior Carlos II, el último rey Habsburgo de la monarquía hispánica, había firmado el polémico testamento que nombraba heredero de sus dominios a Felipe de Borbón, nieto del rey Luis XIV de Francia, y futuro Felipe V. Según la investigación historiográfica, la autenticidad de aquel testamento presenta muchas dudas: la firma de Carlos II aparece con un trazo firme cuando en aquel momento el monarca hispánico era un auténtico despojo humano, totalmente incapaz de sostener una pluma.

Este truculento incidente se explica a partir del enfrentamiento entre los dos partidos de la corte de Madrid: los proborbónicos, que ambicionaban importar el modelo absolutista y centralista de Francia; y los proaustriacistas, que temían que el nuevo régimen los podía desplazar del poder —como así sería durante los primeros años. Finalmente, cuando la guerra llegó a la península Ibérica (1705), y en el momento más crítico para el régimen borbónico, la totalidad de las oligarquías cortesanas y el Rey suscribieron un pacto de cohesión, que se traduciría en el retorno progresivo al poder de las viejas familias gobernantes.

Uno de los mejores ejemplos de esta lucha por el poder lo escenifica el cardenal Portocarrero, a quien la investigación historiográfica señala como el autor intelectual de aquella trama. Después de la llegada de Felipe V (1701), los consejeros de Versalles que acompañaban al Borbón advirtieron que Portocarrero tenía una ambición desmesurada y que pretendía dirigir el nuevo régimen. Felipe V lo apartó del poder y lo nombró virrey de Catalunya (1701-1703), un cargo y un destino que, tradicionalmente, había sido la tumba política de muchos gobernantes castellanos.

Portocarrero, humillado, se sumaria al clandestino partido austriacista de la corte madrileña, y se vengaría maniobrando contra el nuevo régimen borbónico. Durante su estancia en Catalunya se enfrentó repetidamente a las instituciones catalanas, multando y encarcelando a sus representantes, con el único propósito de crear un clima de conflicto que desembocaría con la adhesión de Catalunya a la alianza internacional austriacista (20/06/1705). Desenmascarado por el régimen borbónico, sería separado de todo tipo de poder y desterrado en Toledo, donde acabaría muriendo en 1709.